Aunque sigue alentando el sol a medio día (¡y que dure!), el campo ya no es el rebullir de bichos que era hace un mes: las cigarras han desaparecido, casi todas las mariposas también, y apenas ya sí canta algún saltamontes que otro; no parecen quedar apenas sino las Chrysolina de las matas de lavanda de la Avenida Complutense. Por eso me sorprendió tanto ayer, de camino a casa, ver un sírfido, inmóvil en su pequeño territorio tridimensional. Tal vez lo de sírfido no os diga mucho, pero seguro que estáis hartos de verlos: son un sinfín de especies distintas de mosca que se alimentan de néctar y se caracterizan sobre todo por mimetizar admirablemente bien el colorido de abejas y avispas, y por su domino del vuelo, pues pueden mantenerse inmóviles en el aire y avanzar en cualquier dirección. Típicamente, los machos de sírfido se mantienen inmóviles en el aire, cuanto más tiempo mejor, mostrando así su resistencia a las hembras, y expulsando de su radio de acción a otros machos de la misma especie. Cualquier cosa que pase volando a toda pastilla al lado del sírfido podría ser alguna de las dos cosas (pareja o rival), y bien merece la pena investigar un rato... pero, como otras veces, mejor que os lo cuente él:
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