Si tuviese tierras o alguna otra posesión apetecible, no me cabría duda de que la intención del regalo era la de conseguir una herencia rápida; pero como nada de eso tengo, pues su verdadero objeto se me escapa... El caso es que estos días pasados me cayó un regalo de cumpleaños adelantado: unas zapatillas de correr. "De correr" digo porque, según me aclaró mi hermana Alda, no eran puramente decorativas. Pude evitar estrenarlas en la aldea por carecer del resto del equipamiento, pero una vez de vuelta en Madrid, y tras adquirir el resto del material necesario y tragarme unos cuantos vídeos preparatorios en YouTube (que digo yo que deberían convalidar, a minuto por vídeo o algo así), no me quedaban más excusas. Para más inri, todo eso lo hice en apenas dos días, con lo que me vi obligado a adelantar a ayer el gran estreno...
Me llevó su tiempo decidir dónde ir, claro. Perderme por el Parque del Oeste fue la primera opción, pero como no fui capaz de trazar un recorrido definido en mi mente lo descarté, temeroso de irme liando y al final acabar extenuado no se sabe dónde. Otra opción evidente era subir a dar vueltas (je, o "vuelta") a la pista que rodea las instalaciones de GolfCanal, a un paso de casa. Pero aquello está lleno de corredores y otros deportistas excesivamente pro, y sinceramente me da vergüenza dejarme caer por allí hasta estar lo suficientemente preparado como para no dejarme caer literalmente. Y además, eso de dar vueltas me parecía un tanto aburrido y potencialmente acortable antes de tiempo, de modo que decidí fijarme un objetivo a una distancia razonable, para que al menos, una vez alcanzado, no me quedasen más narices que tener que volver. Pensé primero que un recorrido adecuado sería hacer entero el eje Cea Bermúdez-José Abascal, ida y vuelta, que suma 4,5 Km, pero la idea de ir todo el tiempo por ciudad, dependiendo de los semáforos y demás me echó para atrás (aunque no lo descarto, para otros días -¡ja!- por la mañana temprano -re¡ja!-). De modo que terminé por tirar del camino conocido e ir hasta la Facultad, 5 Km ida y vuelta. Además siempre cabía la posibilidad de cruzarse con conocidos delante de los que sacar pecho y quedar como un señor atleta...
Llegó el momento de estrenar el conjunto recién salido del Decathlon, el reloj CASIO "de Primera Comunión" comprado en un chino para controlar el tiempo y las dichosas zapatillas; estiré un poco (¡vídeos, vídeos!) y... primera duda, ¿qué narices hago con las llaves? ¡Que eso en los vídeos no lo especificaban! Como no las iba a llevar en el bolsillo del pantalón, rebotando de un lado a otro, terminé por llevarlas en la mano, pero nada convencido del asunto. Al bajar en el ascensor y verme en el espejo ¡oye! Pues no estaba tan mal, la verdad es que la ropa deportiva me favorecía mucho... de hecho coqueteé con la idea de salir a dar una vuelta con ella sin más, que al fin y al cabo no se me veía en tan mala forma y no veía la necesidad de sufrir; pero ea, al llegar a la calle se me quitó la tontería y empecé a darle a las piernas...
La bajada hasta Moncloa, y de allí a la Avenida Complutense, transcurrió sin problemas: ritmo relajado, respiración acompasada nariz-boca... Al ir ya en llano por la Avenida seguía la cosa bien, pero a la altura de la Facultad empecé a perder el compás respiratorio y ya terminó desbandándose aquello de cualquier manera, hasta que llegué de vuelta a casa sin recordar si alguna vez había tenido nariz. Pero esto es adelantarse, vaya: decía que por la Avenida todo bien, y al llegar a la Facultad comprobé que se tardaba menos corriendo que andando, cosa que me vendrá bien recordar si alguna vez tengo que ir con prisas. No me crucé con nadie conocido (evidentemente, no sé qué narices esperaba...), y los pocos corredores que hacían uso del mismo espacio venían todos en sentido contrario, por lo que no pude echarle a ninguno un pique mental motivador... Supongo que por eso, por la falta de motivación, al empezar a rodear el Botánico para dar vuelta, se me escapó casi inconscientemente el primer "su **** *****"; el primero de varios, cada vez con un intervalo menor...
Llegué empero vivo todavía al otro extremo de la Avenida, pero la subida del Museo de América supuso un varapalo importante, y aunque llegué hasta arriba por puro orgullo, que de eso no me falta, al pisar en llano me vine abajo e imperceptiblemente pasé del trote al paso, notando la curiosa sensación de que las rodillas se me iban para atrás en vez de para delante. Caminé un poco, pero al cruzarme con algunas personas (personAs, vaya) me dije que ya no me quedaba nada y eché a correr otra vez. Y corriendo sin saber de dónde salían las fuerzas (rezo porque "de la grasa abdominal" sea la respuesta correcta) acometí la subida de Moncloa a mi casa...
(en estos ocho años que llevo en Madrid y en mi barrio, siempre he hablado de "subir-bajar" en dirección norte-sur, Cea Bermúdez - Alberto Aguilera; mientras que todo el mundo, para gran consternación mía, habla de "subir-bajar" en Moncloa en sentido este-oeste... Ahora,ahora sé por qué de Moncloa a mi casa se sube...)
Como desde chico descubrí que las tareas ingratas me resultaban más llevaderas si las dividía en fracciones ("he estudiado 1/6, 2/3 de tal asignatura", y cosas así) dividí la subida en 5/5 en función de las calles que tenía que atravesar. Llegué a Hilarión Eslava reventado otra vez, y a Gaztambide totalmente anihilado. En Andrés Mellado no me quedó más remedio que parar porque una madre y dos hijas de generosas proporciones (eran tres palillos, siendo justos) ocupaban toda la acera, por lo que fui andando unos metros detrás de ellas. Me sucedió lo mismo más adelante, por culpa de otro chico flaco sorprendentemente gordo, pero inesperadamente terminé por llegar a la esquina de mi calle. Y ahí sí, haciendo de tripas corazón, intenté llegar al portal con un mínimo de compostura... para que me viera (y lo comentase, espero) la portera. Estaba fuera, frente a la entrada, y tras desearle "buenas tardes" intentando no vomitarle en los pies me metí en el ascensor, y a partir de ahí no recuerdo gran cosa, pues un velo de sudor me embotaba a la vez ojos y cerebro. Creo recordar que al llegar arriba vi la esterilla que había dejado extendida en el suelo de la habitación (en previsión del cansancio) para hacer al llegar algo de ejercicio extra, pero dudo de que llegase a usarla... hoy, tal vez, que me he quedado con ganas de más.