Voy a
hablaros hoy de una cosa que me cuesta creer que no haya mencionado antes en el
blog, aunque he estado buscando y no he visto nada… quizás es sólo que de tanto
discutirlo con algunos de vosotros creo que es algo de lo que ya he hablado con
todo el mundo: mi “síndrome de inseguridad biogeográfica”. Toma ya. Este
fenómeno tiene una explicación bien sencilla: cuando salgo al campo, gran parte
del placer experimentado al contactar con la naturaleza proviene de que sé
poner nombre a buena parte de las cosas que me rodean (pájaros, árboles,
herpetos, las flores o los invertebrados más conspicuos…); y sé más o menos qué
se come a qué, dónde cría cada cosa, cuándo se espera que algo esté presente y
cuándo no…: en definitiva, cosas que hacen que me sienta a gusto, como en casa.
Y, dentro de esta zona de seguridad, las pequeñas “perturbaciones” (mis
queridas rarezas ornitológicas, ver fuera de temporada alguna especie,
descubrir alguna otra en un lugar donde no creía que la hubiera…) le añaden
mucho interés al asunto. También los cambios graduales: Escandinavia, por
ejemplo, o las Canarias, por decir sitios donde he estado; sitios donde con
respecto al estándar ibérico la situación cambia lo suficiente como para hacer
de la experiencia un descubrimiento constante y placentero, pero no tanto como
para tener que decir “tú, no tengo ni la más remota idea de qué es lo que me
rodea…”. Por eso, y aquí viene la parte de conflicto, el pensamiento de un
cambio radical me trastoca más que me gusta: digo con pleno convencimiento que,
si me ofreciesen… diez días de bicherío a gastos pagados, escogería antes
Grecia o Marruecos que cualquier destino selvático. Y es que me gusta por
ejemplo muchísimo más descubrir algo que es “casi como lo de aquí, pero no”
(como por ejemplo un petirrojo de Okinawa, que pese a la coloración distinta
tanto recuerda en maneras al europeo) que cualquier bicho excéntrico de una
familia exclusiva de Sudamérica…
Esto no
quita (y voy ya al tema de la entrada; menudo rodeo global he dado) para que
disfrute viendo documentales de cualquier parte del mundo… que en cierto modo
además me van preparando para cuando toque pelearse con esos ecosistemas a
brazo partido; pero la verdad es que me gustan especialmente los referentes a
zonas con las que de entrada estoy más familiarizado. Estos días de agosto de
ocio vespertino llegué a tiempo de pillar en La 2 una serie de la que sabía
hace años, pero que nunca había conseguido encontrar: Rusia salvaje.
Lamentablemente, de los seis programas de la serie sólo conseguí ver dos… hasta
que, tras comentárselo, Álex me enseñó DocumaníaTV: una especie de YouTube de
documentales donde estaba la serie entera, y muchas otras más... No, no me deis
las gracias a mí por salvaros las tardes de verano, dádselas a él.
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