19/8/14

Pas de deux

Bueno, ya estoy de vuelta en Madrid; perdón por haber dejado de actualizar estos días, pero estaba usando el móvil de módem wifi y el uso de datos dijo que "hasta aquí". Bajando ayer en el tren, me doy cuenta de que cada vez Castilla me fascina más, aunque es una fascinación externa, por así decir: me gusta ver la Meseta a través de la ventanilla del tren, como quien ve un programa en la televisión ("Castilla en 16:9", me decía Ángel ayer cuando se lo comenté), pero no creo que la disfrutase igual a pie de terreno... Sea como fuere, en esta serie documental Castilla desde el Tren, de duración indefinida y regularidad irregular, reponían ayer uno de mis capítulos favoritos: el ballet de cernícalos primillas y milanos negros. Castilla no es sólo verde: choperas y regadíos. Entre el Esla y el Duero, sobre barbechos y rastrojos que, aunque recientes, parecen siempre milenarios a la luz del atardecer, como vetustísimos parecen siempre los rebaños de ovejas de lana sucia y diente perseverante; flotan como cada agosto decenas, centenares de cernícalos y milanos, maestros cada uno de su propio estilo de vuelo. Suben y bajan sin esfuerzo, requiebran, rozan apenas el suelo y ascienden otra vez, mientras limpian Zamora de langostas y topillos, engordando antes de viajar, antes de cruzar el desierto para hacer lo mismo en el Sahel, entre herbazales milenarios y vacas y cabras neolíticas. Unos junto a otros, sin estorbarse, con la ocasional aparición de aguiluchos o busardos, como personajes de reparto de la obra de la que son protagonistas indiscutibles desde que Castilla es Castilla. Y el año que viene, más de lo mismo... "se chegamos alá", como decía siempre mi abuelo.

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