La golondrina risquera Petrochelidon pyrrhonota, un equivalente americano de nuestros aviones comunes, protagoniza un estudio recién publicado en Current Biology que aparecía esta semana reseñado en prensa. Y bien lo merece, de breve y elegante que es: en resumen viene a decir que, a lo largo de los 30 años que los investigadores que lo firman llevan estudiando estas golondrinas, que anidan bajo puentes y aliviaderos de carreteras. Y a lo largo de esos años han ido viendo que, mientras que el número total de golondrinas aumenta y el de vehículos permanece relativamente estable, el número de golondrinas atropelladas cae. Y que a medida que pasan los años la forma del ala de las golondrinas muertas se aleja cada vez más de la media del total de la población (en puridad, es la media la que se aleja): las golondrinas atropelladas tienen alas más largas y puntiagudas; una cuestión de milímetros (y milésimas) que marca la diferencia entre la vida y la muerte, pues las alas largas y aguzadas permiten volar más deprisa y más lejos con menos esfuerzo, pero unas alas más cortas anchas aumentan la maniobrabilidad en las distancias cortas. El estudio evidentemente no puede probar que la presión humana en forma de coches sea la causa de la evolución de la forma alar de las golondrinas; si pudiera estaríamos hablando de un Nature. No puede probarlo... pero lo presenta como la alternativa más probable de una forma tan concisa, clara y convincente que ya me gustaría a mí firmar un trabajo así. Y en Current Biology, a poder ser ;-)
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