Ya ni os acordaréis, pero hace diez días os invitaba entre otras cosas a que vinierais ayer a dar una vuelta por el P. N. de las Tablas de Daimiel. Bueno, no creo que ninguno de los veintipico que fuimos viniese gracias a esa invitación mía, jeje... es lo que tienen las vacaciones, que es difícil encontraros libres. La verdad es que el día empezó bastante flojo, además de amagando de continuo con echarse a llover: la única nota destacable fue ver que el parque abundaba en agua, que no en bichos; ya que salvo un puñado de fochas y laguneros, no había mucho más que echarse a los ojos.
Si acaso algún somormujo lavanco Podiceps cristatus; tan bonitos ahora con sus galas nupciales.
Ya veis que hubo que rascar incluso; hasta el punto de que me puse a sacarle fotos a los jilgueros Carcuelis carduelis del párking después de comer. Aunque sin duda la estrella de la primera mitad del día fue el zorro que, descaradamente, se paseaba entre las mesas del merendero exigiendo su parte en el menú.
Como el sábado pasado, por suerte el día, que había empezado tan flojo, acabó remontando mucho al final; cuando nos acercamos a la cercana laguna de Navaseca, un paraje que yo sólo conocía de oídas. Y vaya si mejoró; ¡había bichos a patadas!
Bastantes fumareles cariblancos Chlidonias hybridus como el de la imagen, y alguno común entre ellos. Y muchos zampullines cuellinegros, malvasías, una nutrida colonia de cría de gaviotas reidoras, flamencos, limícolas... la gente disfrutó de lo lindo, la verdad. Que es en definitiva de lo que se trata en estas excursiones de grupo: sacrificar un poco el rendimiento pajarero personal a cambio de alimentar al gusanillo que crece en los que salen menos al campo. Y creo que cumplimos con creces.
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