Alguna foto mía sí pude salvar, del móvil... |
Dejamos atrás Extremadura al caer la tarde e, inmersos en una apasionante conversación sobre cómo actuaríamos si al día siguiente una tormenta solar estropease todos los aparatos eléctricos, acabando con la civilización occidental tal y como la conocemos, el viaje hasta Matalascañas, donde dormiríamos las dos noches siguientes, se nos pasó en un suspiro. De noche y cansados no prestamos especial atención a dónde estaba nuestra casa; fue ya por la mañana cuando, al salir por la puerta trasera del jardín, vimos que estábamos en primera línea de playa de manera literal. Seguro que contraviene la Ley de Costas, pero nos vino de perlas para hacer un poco de seawatching nada más desayunar.
... que ya sabéis que es algo que me da mucha pereza, pero si es en dosis moderadas... Además, que al poco de sentarnos empezó un festival de zambullidas de alcatraces atlánticos Morus bassanus cerca de la orilla (bueno, "cerca", ya sabéis) que estuvo bastante entretenido; y entre eso y la ocasional pardela balear o gaviota de Audouin, que siempre vienen bien para ir engordando la lista del viaje, pues a lo tonto casi nos comemos media mañana.
De modo que llegamos al siguiente destino, El Rocío, cuando el pueblo estaba lleno a más no poder, antes de la Misa de 12. El Rocío es un lugar fascinante, distinto de cualquier cosa que haya visto hasta la fecha en España, que si a algo se da un aire es a una mezcla de Fátima y un decorado del Oeste mejicano (algo tipo El Zorro): una advocación mariana causa y motor de todo cuanto allí hay por una parte, y por otra calles de arena, caballos, mulas, carromatos, puestos de mercado... y una amalgama de gitanos, gente de campo y pijos que hay que ver para creer. Y además, para nosotros, un paseo, no marítimo, sino marismeño, que permite desde la propia acera ver multitud de aves distintas.
Aves, en su mayoría invernantes centroeuropeas, de las que podría hablar hasta aburrir, así que lo resumo en un par de notas: una acuática por una parte, un elegante macho de ánade rabudo norteño Anas acuta...
... y una terrestre por otra: esta preciosa hembra de lavandera blanca enlutada Motacilla alba yarrellii, toda ella oscura hasta estar moteada de negro, como corresponde a su británica estirpe.
Y por poner algo que no sean pájaros, añado una foto de uno de los pocos vertebrados no emplumado que vimos en todo el viaje: lagartijas andaluzas Podarcis vaucheri, que se calentaban al atípico sol de diciembre sobre las vallas y paredes. Muy majas ellas, incluso aunque no estén pintadas con su bonito verde primaveral.
Llegando a media mañana como llegamos, la verdad es que la posición del sol con respecto a El Rocío no era la mejor, y fastidiaba un poco estar allí con el telescopio. De modo que, siguiendo las indicaciones de la amable recepcionista del centro ornitológico Francisco Bernis, nos fuimos a pasar la tarde a Huelva, al estuario del Odiel, otro de los destinos típicos durante las excursiones de Vertebrados. ¿Vimos águilas pescadoras, vimos limícolas, vimos...? En la próxima entrada lo sabréis.
4 comentarios:
Seguimos rememorando el viaje con tus bonitas entradas, gracias!
Solo un apunte a esta: "(...) el único vertebrado no emplumado que de hecho vimos (...)" Va a ser que no, ¿no? A no ser que te refieras a este día en concreto... No quites bichos de la lista ;)
Besos!
¡Oink, oink! ¡Se me olvidaban los cochinos! :-)
Y algunos otros que, viéndolos yo en masas, me queríais dar por jamelgos! =P
Jajajaja, ¡había ciervos también, cierto! No hacemos más que sabotear tus observaciones...
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