15/12/15

Benquerencia (Vertebrados revisited, II)

 Seguimos el sábado después de comer con nuestra ruta, por tierras de La Serena. Como quiera que el paisaje que os pinté en la última foto de ayer, de hierba y pedruscos, no resultaba del pleno agrado de mis acompañantes, pues no sacaron muchas fotos del mismo que enseñaros ahora, que digamos. "Eso que os ahorráis", podrán decir, tal vez con razón. Sí se mostraron en cambio más generosas con los bichos que nos fueron saliendo al paso, ya fuesen mochuelos europeos Athene noctua acurrucados entre los peñascos del suelo...

 ...o una inquisitiva avefría europea Vanellus vanellus, paseándose entre los cardos que colorearon de amarillo el pasado verano y los asfódelos que pintarán de blanco la primavera que vendrá.

 Pero sí hubo un lugar que visitamos que nos causó una impresión más duradera: Benquerencia de la Serena. Más concretamente, las ruinas de su castillo.

 Benquerencia se asienta sobre la ladera sur de un espinazo cuarcítico de la sierra de Tiros, no muy distinto del del castillo de Monfragüe, y que separa la Serena abierta y ganadera al norte de la Serena olivarera al sur. Justo es decir que vinimos hasta aquí buscando ver acentores alpinos, especie montana que en invierno suele dejarse caer por este tipo de escarpaduras del sur peninsular.

 Y no hallamos acentores, pero sí todo el resto del cortejo de pequeñas aves rupícolas mediterráneas, como aviones roqueros, roqueros solitarios, colirrojos tizones y collalbas negras Oenanthe leucura. Aunque "negro", lo que se dice negro (con la popa blanca), es el macho...

 ... que la hembra se queda en el pardo oscuro.

 Pero la verdad es que echamos mucho más tiempo en la zona del que los pájaros que había justificaría. Costaba dejar el castillo, cuyos tonos rojizos comenzaron a encenderse a medida que caía la tarde.

 Del castillo quedaban trozos aquí y allá, aunque lo cierto es que, al ver el acabado chapucero que tenía, mezcla deslavazada de sillería y mampostería, con remendones centenarios tapando aquí y allá los agujeros causados por la guerra y por la ociosidad; me costaba entender que quedase siquiera algo en pie. Esperamos en vano ver pasar sobre nosotros grupos de grullas en tránsito, que dejando atrás las dehesas volasen camino de sus dormideros en los arrozales, pero poco nos importó: llevábamos apenas un día de viaje, y quedaba mucho campo y muchos bichos por ver. Nos quedaba Andalucía.


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