Mientras seguía entreteniéndoos con las entradas sobre Cuenca, yo volví a ponerme en marcha, y subí a Orense este fin de semana a echar poco más de un par de días en casa. No interrumpí mis relatos conquenses, porque tampoco tenía con qué; nada naturalista, al menos: en ambos viajes, el acortamiento de los días y las nieblas que ocultaban Castilla me impidieron ver gran cosa, y ya en Orense el Miño bajaba todavía demasiado veraniego, con los árboles aún más verdes que amarillos y presencia testimonial de jilgueros lúganos, bisbitas pratenses o porrones moñudos, por poner algún ejemplo. Nota triste: una lechuza común atropellada, en la bajada al río; me fastidia que, la primera vez que las veo en la ciudad, tenga que ser precisamente así. Una ciudad por lo demás enfervorecida por el deporte: no es sólo que se celebrase la San Martiño, una carrera popular en la que cada vez participa más gente, sino que yendo por la calle de repente descubrí que las tiendas de ropa deportiva abundaban ahora como hongos en otoño. Y a mí que cada vez me cuesta más salir a correr...
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