Una
palabra bonita para un bicho bonito: tartaraña. “Tartaraña” es el vernáculo
fabricado que se da en gallego al aguilucho cenizo (fabricado, digo, porque
pocas especies son lo suficientemente carismáticas para el paisano de turno
como para merecer vernáculo propio). Gatafornela, el del aguilucho pálido, no
le va a la zaga en contundencia; pero tartaraña sigue gustándome más; la
palabra y el aguilucho cenizo, de estructura y vuelo más ligeros que el pálido.
De las dos hay en la zona de Vilar de Barrio: gatafornelas, bastante raras,
criando entre los tojos del monte; y tartarañas, un poco más frecuentes (en verano, claro, que es cuando vienen de África), en los
sembrados de cereal. Y entre las tartarañas, no pocas melánicas, una variante
muy escasa de la especie que en Galicia lo es algo menos. Decía ayer que echaba
en falta ver grandes rapaces en las ciudades, pero sin ser algo que haya
llegado a vivir. Mucho más echaría en falta dejar de ver los aguiluchos
zigzagueando sobre los campos en estos largos días de verano.
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