Por el agujero a modo de ventanuco (¿fue realmente una ventana, en tiempos?) del único lienzo de mampostería que le queda en pie al castillo, se intuye un paisaje que, aunque podría corresponder a muchas regiones de España, casa bastante bien con la idea que uno tiene de Castilla la Vieja.
Y en Castilla la Vieja, y viejo como ella, de topa uno con San Esteban de Gormaz, donde acompañé a Raquel y Vero el pasado sábado, para verlas por última vez antes de que este verano vuelvan a Camboya. Y mientras ellas atendían unas obligaciones laborales, yo me di una vuelta por la villa para ver qué podía ofrecerme.
Y en el menú del día tocaba, por ejemplo, Románico: empezando por Santa María del Rivero, una iglesuca que, pese al brillo de los recién restaurados frescos del interior y a una serie de edificaciones de nueva planta anejas a su nave, no puede ocultar que lleva ya unos cuantos siglos viendo nacer y morir a los sanestebeños.
Los capiteles de la galería porticada, para más inri de piedra caliza, dejaban ver bien a las claras el paso del tiempo. Éste me pareció curioso y le saqué una foto, pero al verlo luego en el ordenador creo que le di in situ una interpretación por completo errónea: allí me pareció un ternero mamando de las ubres de su madre, pero ahora creo que lo que tomé por culo de vaca es en realidad cabeza de león, león que se estaría abalanzando sobre el buey del que parece intuirse una cabeza desprendida... nada que ver, ya me diréis; cosas de la erosión.
Este otro no se conservaba mucho mejor, pero me pareció bastante más claro ver un Sansón barbudo entendiéndoselas con otro león. Y si no es así, que el que sepa me corrija.
Más Románico: San Miguel, una iglesia aparentemente con la primera galería porticada de Castilla, modelo de todas las que vinieron después. Pero con un siglo más a cuestas que Santa María, de los capiteles poco se salvaba ya.
Y desde lo alto de la mota, con el castillo a la espalda, el curso del Duero, de sus distintos brazos y afluentes, se intuye siguiendo las serpenteantes hileras de chopos que se pierden en el horizonte. Y el río que discurre bajo los 16 ojos del puente de San Esteban da nombre también a la denominación de origen de los vinos que se guardan en las bodegas excavadas en la roca de la propia colina, como la que se ve en primer término...
¿Os extraña ver una entrada tan "cultural", sin un mal bicho que ocupe las líneas -leones aparte-? Bueno, por nosotros no fue, pues antes de comer probamos suerte sin éxito con los halcones de Eleonora sorianos... pero por mucho que nos tire el campo no vayáis a pensar que no tenemos ojos para nada más, ¿eh? Y en todo caso, si es que había algo que compensar, ya lo hice el domingo... para la siguiente entrada lo dejo.
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