Los que me conocéis más de cerca sabéis que el orden es una de las virtudes que en mí más escora hacia el lado de la manía y el vicio. Algunas cosas son más fácilmente ordenables que otras, y algunas no son ordenables en absoluto, como las plantas, que una vez echan raíces no suelen ser muy dadas a moverse... y por eso me causa bastante angustia ver la finca de casa. Ayer tarde fui hasta la aldea con mi madre y mi hermana del medio; van ("vamos", cuando estoy) con bastante frecuencia, pero este año más, pues han limpiado parte de la finca para entretenerse plantando algunas historias. La zona de huerta mas próxima a la casa siempre ha sido un desbarajuste, pues al quedar más a mano es allí donde se han ido plantando diversos frutales y plantas ornamentales que a alguien en su día le parecieron bonitos o útiles; y allí crecen, se matan entre ellas y mueren en una batalla continua por el espacio y el sol, pues nadie en su momento se preocupó de pensar en qué casaría bien junto a qué. Ya en vida de mis abuelos era aquello un desbarajuste, y ahora, con una supervisión mínima, está todo salido de madre; y cada vez que lo veo sólo tengo ganas de meter una desbrozadora y poner el contador a cero... En fin. Al menos las plantas en el monte crecen donde pueden, y no están ni ordenadas ni desordenadas. Sin duda la palma de la "representatividad" del principio del verano se la llevan los saúcos, que tiñen de verde lozano y blanco estos días los setos de toda Galicia, como grandes pasteles escarchados de azúcar o nata. Y además, sí hay castaños floridos en torno a Orense...
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