... y es que pasar el día viendo acuáticas está bien; pero ya que uno se toma la molestia de viajar hasta el Cantábrico, pues habrá que sacarle el mayor partido posible. Así que nada mas desayunar, el domingo dejamos Noja camino del cabo de Ajo, para hacer un poco de seawatching... en fin, lo de ver marinas la verdad es que se lo dejé a mis acompañantes, porque a mí cada vez me resulta más agotador buscar puntitos a lo lejos, entre las olas, y fingir que me emociono cuando me dicen que es un págalo grande lo que por lo que yo veo muy bien podría ser un pterodáctilo... por suerte no echamos mucho tiempo allí; y además un primer invierno de gaviota tridáctila (como dijo Vero, la ¿única? gaviota que es más fácil de distinguir en su plumaje inmaduro que de adulto) sí tuvo a bien pasearse delante de nuestras narices todo el tiempo que echamos allí.
Seguimos luego en el mismo cabo, pero paseando por los prados que medran justo sobre los acantilados; lugar de invernada típico de una especie que sería nueva para la mayoría de los que allí estábamos. No para Javi, desde luego; ni tampoco para mí...
... aunque no me hubiera importado mucho no haber visto en Coruña en diciembre los bisbitas de Richard y habérmelo tachado ahora, pues la observación, telescopio de por medio, fue mucho más gratificante.
De nuevo en ruta hacia el oeste, no podíamos dejar pasar la ocasión de detenernos de nuevo en Santoña, y realizar desde lo alto de la plaza de toros un barrido de todo el estuario. Y aunque se veían muchas cosas, lo más interesante lo teníamos sin duda delante de nuestras narices, en el espigón del puerto deportivo. En la foto de arriba se ven las aves como puntitos, pero de pie sobre el pantalán, a escasos metros...
... el alca que buceaba entre los pequeños yates de los amarres se veía así de bien...
... al igual que el ejemplar joven de cormorán moñudo, que, alas abiertas, parecía querer presumir del tamaño de su última captura...
... mientras a su lado un adulto le dirigía miradas ligeramente despectivas. Los bichos estaban tan cerca que era imposible encuadrarlos convenientemente haciendo digiscoping.
Todavía haríamos una brevísima parada en Castro Urdiales (y tan breve; tardamos más en aparcar que en ver que no había nada interesante en la bahía) y una bastante más larga en Getxo (esperando ver una gaviota de Bonaparte que, maldita ella, se había dejado ver por la mañana y no tuvo a bien regalarnos a nosotros con su presencia) antes de volver a Madrid. Un fin de semana por el Cantábrico bastante aprovechado, como habréis podido ver; y en muy buena compañía además. Poco más se puede pedir...
...bueno, que a ver cuándo nos acercan el mar a Madrid :-)
2 comentarios:
¡Qué bien! Muchas gracias por la crónica.
Como Santoña nunca es suficiente... no se nos convertirá en una Olimpiada (o mejor dicho, unos Juegos Olímpicos), ¿verdad?
Besos!
No, no; Santoña no, desde luego
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