Si no fuese porque la entrada de ayer lunes la dejé programada el domingo y ya estaba disponible cuando llegué a la facultad por la mañana, la habría retrasado hasta hoy, porque lo que me pasó en el camino bien merecía un comentario...
Resulta que, hace unos días, me salió al paso por el carril bici que lleva de mi casa a la calle de la facultad una corneja cenicienta, que se me acercó casi hasta los pies sin atisbo alguno de timidez. La miré un rato medio sorprendido, imaginando que tal vez habría sido un pollo caído del nido y criado a mano por algún vecino del lugar, ya que estos bichos suelen ser bastante más desconfiados que las grajas que se ven en Lund por todas partes. Allí la dejé y seguí mi camino.
Pero ayer por la mañana volvió a repetirse la escena; la corneja salió de unos setos a mi encuentro y se me puso al lado, mirándome. Vi en el camino una lombriz, de las muchas que abandonan sus túneles cuando llueve, y la cogí para dársela: se la quedó mirando con cara de asco y no le hizo más caso... Es verdad que la lombriz estaba algo chuchurría, pero aún coleaba; vamos, que no era uno de esos fósiles que se quedan pegados contra el asfalto... Así que la cogí de nuevo y repetí la operación con idéntico resultado. No sé por qué me dio por pensar que la corneja no estaba pidiendo comida, sino un poco de cariño, e irreflexivamente le rasqué un poco el dorso... Como aparté rápido la mano sólo me rozó con su pico, y al no conseguir dejarme manco me dio un par de picotazos en el pie; y de nuevo se quedó mirándome. En fin, supongo que la habrían acostumbrado a caviar o cosas así y que decidió que tenía que castigar mi falta de respeto; pero como yo no estoy acostumbrado a tratar con aves de sangre azul seguí camino de la facultad, bastante indignado... Tendré que llevar encima algunos percebes para nuestro próximo encuentro.
Resulta que, hace unos días, me salió al paso por el carril bici que lleva de mi casa a la calle de la facultad una corneja cenicienta, que se me acercó casi hasta los pies sin atisbo alguno de timidez. La miré un rato medio sorprendido, imaginando que tal vez habría sido un pollo caído del nido y criado a mano por algún vecino del lugar, ya que estos bichos suelen ser bastante más desconfiados que las grajas que se ven en Lund por todas partes. Allí la dejé y seguí mi camino.
Pero ayer por la mañana volvió a repetirse la escena; la corneja salió de unos setos a mi encuentro y se me puso al lado, mirándome. Vi en el camino una lombriz, de las muchas que abandonan sus túneles cuando llueve, y la cogí para dársela: se la quedó mirando con cara de asco y no le hizo más caso... Es verdad que la lombriz estaba algo chuchurría, pero aún coleaba; vamos, que no era uno de esos fósiles que se quedan pegados contra el asfalto... Así que la cogí de nuevo y repetí la operación con idéntico resultado. No sé por qué me dio por pensar que la corneja no estaba pidiendo comida, sino un poco de cariño, e irreflexivamente le rasqué un poco el dorso... Como aparté rápido la mano sólo me rozó con su pico, y al no conseguir dejarme manco me dio un par de picotazos en el pie; y de nuevo se quedó mirándome. En fin, supongo que la habrían acostumbrado a caviar o cosas así y que decidió que tenía que castigar mi falta de respeto; pero como yo no estoy acostumbrado a tratar con aves de sangre azul seguí camino de la facultad, bastante indignado... Tendré que llevar encima algunos percebes para nuestro próximo encuentro.
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