El sábado por la tarde, sentado en una terraza de la Alameda de Ourense, mi sentido arácnido me avisó de que un montón de palomas se levantaban de golpe de los tejados contiguos: atravesando el bando pasó limpiamente un halcón peregrino, que siguió viaje con una de las aves entre las garras... Sin más.
Peor fortuna tuvo el domingo por la mañana un alcotán europeo que se acercó a probar fortuna cerca de mi casa, sobre la estación del ferrocarril; imagino que con un ojo puesto en los vencejos, presa que sólo cazadores tan virtuosos como este pequeño halcón se pueden permitir... Cuando lo vi, intentaba mantener el tipo con una gaviota con intenciones asesinas pegada a la cola; mientras las lavanderas blancas que anidan en los tejados se levantaban histéricas con todas las trazas de querer darle una paliza... “Así no se puede cazar tranquilo”, debió de pensar, y enseguida se retiró hacia las afueras.
Peor fortuna tuvo el domingo por la mañana un alcotán europeo que se acercó a probar fortuna cerca de mi casa, sobre la estación del ferrocarril; imagino que con un ojo puesto en los vencejos, presa que sólo cazadores tan virtuosos como este pequeño halcón se pueden permitir... Cuando lo vi, intentaba mantener el tipo con una gaviota con intenciones asesinas pegada a la cola; mientras las lavanderas blancas que anidan en los tejados se levantaban histéricas con todas las trazas de querer darle una paliza... “Así no se puede cazar tranquilo”, debió de pensar, y enseguida se retiró hacia las afueras.
¡Cómo sobreviviríamos a la ciudad sin estos momentos...!
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