Primer día de trabajo. No recuerdo ya muy bien cómo fueron las veces anteriores; probablemente me pillaron nervioso como ésta, pero con la diferencia de que ayer iba a haber un momento clave: el de la primera llamada. Ésta tardó en llegar, pues primero echamos casi una hora hasta encontrar un puesto libre frente al que sentarme, y después... fueron pasando los minutos. Y mientras en los puestos a los lados la gente iba recibiendo llamadas, la mía seguía sin llegar... y uno se pregunta si habrá hecho bien la conexión, si los cascos funcionan... si no sería mejor levantarse y marcharse corriendo porque esta tensión es insoportable... si se habrá puesto a llover fuera y estará mojándose mi colada en el patio de luces, si les faltará mucho a las grullas para empezar a trompetear sobre Madrid... Y por fin, una señora al otro lado del teléfono: una señora majísima y con un problemilla chupado de solucionar. El mejor remedio contra los nervios, sin duda. Y de ahí en adelante, unas cuantas más, hasta cerrar la tarde: en algunas más avispado que en otras, y liándola siempre un poquillo, que por algo era mi primerito día... a ver el segundo qué tal.
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