Volviendo ayer tarde a casa tras las prácticas de Bª Evolutiva por la Avenida Complutense, disfrutando del sol, di en entretenerme de nuevo con una fantasía que tenía aparcada desde que llegaron los primeros fríos: en imaginar que de la hierba crecida que crece entre el carril bici y la acera sale una culebra (de cualquier especie, si la pobrecilla se presta a estar ahí no nos vamos a poner estupendos) y que, raudo, la agarro, ante el estupor de los viandantes, varios de ellos alumnos míos. Quiero creer que pienso en esto más por que la gente disfrute de la experiencia de ver una culebra de cerca, que a la vez que desmitifica al animal de su aura maligna permite ver lo fascinantemente bonitas que son; que por presumir de machoalfismo, aunque me temo que un poco de eso haya también... En fin, no creo que me encuentre nunca con una culebra ahí. Y cuando se dé el encuentro por el campo, la próxima vez que se dé, espero resistir el impulso (casi) irrefrenable de echarle el guante; que demasiadas fotos de bichos en mano habéis visto ya en este blog, e intento cada vez más practicar esta filosofía. Pero ¡chiquillo! ¡Qué cuesta arriba se me hace...!
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