Poco están dando de sí estos días en casa; ya siento teneros tan abandonados, pero es que el Alvia de las musas parece que llega con retraso... Mi sobrina va creciendo, entre otras cosas eso se nota en que ya habla de una forma más o menos normal (habla, pero normalmente no me habla, que para algo soy su tío menos favorito...). Me gusta ver que, al interés más o menos común por los animales de granja que tienen todos los críos, a la lista de especies típica, añade algunas menos habituales: como por ejemplo la llama (o ke ase?). La fantasiosa niña iba viendo llamas por la ventana mientras ayer íbamos camino de la aldea, pero no me enfada; las llamas me gustan mucho, al menos tanto como rabia me dan los dromedarios. Recuerdo un año en verano en Sanxenxo en que unos gitanos llevaron a una feria una llama, que anunciaban como la cabrita gigante: una llama, con ser grande, es como un burro, con cara de buena, y no me da miedo. Aunque hoy por vez primera pasé andando por la aldea junto a una recua de vacas que venían caminando (¡de frente!) camino de su establo sin siquiera desviarme... algo está cambiando en mí; debe de ser cosa del doctorado. Creo que con toda la historia de las llamas sólo quería presumir de eso...
2 comentarios:
¿Cómo se te ocurre hacer eso? Eres un suicida. Yo siempre diré que para mi los rebaños de vacas son como rebaños de velociraptores: te miran con esa cara aparentemente inocente, se miran unas a otras, te vuelven a mirar, comienzan a mugir y a tramar lo que parece ser un ataque organizado contra ti, se miran de nuevo entre ellas, preparándose para abalanzarse sobre ti, y en el momento justo en el que ibas a morir coceado y empitonado pones distancia y te salvas por los pelos. Después de años y años de ser comidas por nosotros seguro que no albergan precisamente buenos sentimientos...
Jejeje, ahí está la clave: en comenzar la huida en el momento justo. Y ya lo tengo dominado...
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