La Misa y su valor son siempre los mismos, la celebre el sacerdote más santo o el más
indigno; pero en la medida en que muchas veces los fieles tristemente no vamos
más allá de lo que tenemos delante, sería mentir no reconocer que “hay Misas
que entran mejor que otras”… Por las cosas de la vida, esta mañana fui a Misa a
las diez en vez de a las nueve, como suelo; y celebraba un sacerdote al que
hacía tiempo que no veía y que ni siquiera sé cómo se llama: muy mayor, casi
ciego y de movimientos torpes; le remueve a uno sin embargo ver la pausa y el
cuidado que imprime a cada uno de los momentos de la liturgia, y sobre todo la
alegría y el enamoramiento que deja traslucir a la hora de predicar. Y hoy, en
que el evangelio describe las preocupaciones primero y los consuelos luego de
San José, se le veía en su salsa: un enamorado hablando de otro…
Mt I, 18-24: “La generación de Jesucristo fue de esta manera: estando Su madre, María, desposada con José y, antes de empezar a convivir, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: «Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: ‘Dios con nosotros’». Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y se llevó a su mujer a su casa.”
...Ya no
queda nada para Navidad.
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