Con la resignación, optimista en cierto modo, del que sabe que ha tocado fondo y que por consiguiente sólo puede mejorar; salió de la casa donde le iba mal al trabajo donde le iba peor buscando, con la mirada clavada en el cielo, la que él consideraba sería la primera señal de su recuperación: los primeros vencejos del año. Ansiaba con ahínco ver recortarse sus siluetas falciformes contra la dorada luz del crepúsculo, permanentemente enmarcada por nubes plomizas; tanto lo deseaba que una especie de convencimiento infantil, en su fuero interno, le decía que ése era el día, que hoy iba a nacer de nuevo... Por fin, llegando ya a su destino, sin apartar en ningún momento la vista de lo alto... pisó una mierda de perro.
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