12/5/14

San Martín de la Val de Onsera (Guarismos, III)

 Un tanto más al este del Salto de Roldán está San Julián de Banzo, pueblo desde el que se ve esta parte de Guara. Si os fijáis bien veréis que no es un monte continuo lo que sale en la imagen, sino que hay una discontinuidad, allí por donde un torrente que sólo lleva agua cuando hay o deshielos o tormentas ha ido poco a poco labrándose camino. Pues por ese mismo torrente decidieron internarse en tiempos de Maricastaña un puñado de monjes, y allí donde no pudieron continuar, asentaron sus monacales posaderas y fundaron el monasterio de San Martín de la Val de Onsera, que era nuestro destino tras entrar en calor con la escalada a primera hora de la mañana.

El cauce del torrente luce amplio al principio, cuando las laderas suaves todavía están cubiertas de un bojedal uniforme...

 ... Pero a medida que se acerca uno a la roca del monte, la torrentera se encañona, y la senda discurre entre paredes de piedra.

 Piedra curiosa ésta: ya os dije ayer que estos montes son mayormente moles de conglomerado, es decir, cantos rodados cementados con arena y limo. De modo que el torrente actual va erosionando lo que fueron los aluviones producto de la erosión causada por su antepasado torrentil; va pues fabricando cantos rodados "de segunda generación"...

 Allí donde quedaba un poco de humedad bajaban las mariposas por decenas a beber. Nos llamó mucho la atención la abundancia de chupaleches Iphiclides podalirius, allí y en toda la Sierra.

 Una lagartijilla, por completar el cupo de bichos. Una lagartija "ex-ibérica"; ésta en concreto, la que vive al norte del Ebro, es la lagartija catalana Podarcis liolepis. Hace nada ha salido un artículo que sigue poniendo nombre a todas estas especies escindidas de lo que antaño era P. ibericus; ya lo comentaré cuando acabe con la serie sobre Guara.

Llegado un punto, el camino se separa del fondo del cauce y empieza a ascender las empinadas laderas, pues abajo el torrente se encañona demasiado como para poder continuar por él. Y éste sendero acaba casi al final dividiéndose en dos: uno (el "de los Burros") algo más largo, que permite continuar sin afrontar mayor dificultad que la de la pendiente fatigosa; y otro más corto (el de "La Viñeta") que exige de nuevo volver a hacer semiescalada.

 Evidentemente, este segundo es el que tomamos; ¡si total ascender casi en vertical apoyándose en una barandilla oxidada es pan comido!

 ¡Arriba ya! Vista atrás para contemplar el valle que tantos sudores ha costado ascender.

 Lo malo, ¡ay! es que el dichoso monasterio no está ni mucho menos cerca, ya que todavía falta bajar de nuevo para llegar hasta él. La verdad es que a uno se le queda un poco cara de "¿pero esto qué **** es?" cuando tras llegar arriba ve la bajada que aún le espera.

 Bajada que, por eso mismo, fue lo que más cuesta arriba (jeje) se nos hizo de todo el sendero. Pero por fin en el fondo del valle empiezan a aparecer higueras y nogales, trazas vivas de la presencia humana; y acaba descollando entre la vegetación el campanario de juguete del monasterio, junto a una cascada irregular que lo proveyó en tiempos de agua.

 El monasterio en sí: bastante cuco y adherido a la pared de los acantilados, aprovechando el cobijo que el exiguo voladizo que tiene encima le da frente a la lluvia y, sobre todo, las rocas que poco a poco se van desprendiendo. A lo largo de los siglos ha pasado por sucesivas etapas de mayor o menor esplendor, de ocupación por congregaciones masculinas o femeninas y de abandono como en la actualidad. Aunque si a alguien con vocación de ermitaño le apetece reocuparlo, seguramente se pueda arreglar...

Comimos allí mismo, bastante tarde ya (tanto este día como el siguiente nuestras rutas "breves" se alargaron muuucho más de lo que preveíamos al principio), y tras desandar el camino andado nos acercamos a Santa Cilia de Panzano, otro pueblo aún más al este donde esperábamos encontrar un mirador o algo así que salía en el mapa del parque. Llegamos atardecidos ya, con el ambiente tranquilo de bichos, pero contra todo pronóstico los que salieron a recibirnos nada más llegar al pueblo, volando bajos sobre las casa, fueron ¡dos señores quebrantahuesos Gypaetus barbatus!, bimbo para la señorita Vero, que se moría de ganas de ver por fin uno de estos buitres barbudos. Y yo no me quejo, que no los había visto antes tan cerca.

 Pero para no finalizar esta entrada sin fotos, añado un pequeño anexo botánico, cortesía de Raquel. Esta ramita de boj muestra los frutos triloculados aún verdes propios de la especie...

Pues bien: si se separa una de las valvas, se ve que por dentro tiene toda la pinta de una carita de búho. ¿Qué, cómo os quedáis?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy chulo el sitio, aunque sus agujetas costaría en las pierneas. jeje

Joba, hasta las lagartijas se nos independizan? xD

Lo del búho mola!

FJP

Antón Pérez dijo...

Agujetas hubo, sí, jaja; algunos más que otros...
lo de la lagartija es curioso, la verdad, porque encima llega por el este hasta Cantabria.