La mayoría de los senderos turísticos de Guara salen de la vertiente sur de la sierra, pero el que hicimos el día tres no: partiendo del pueblo de Nocito (abandonado en tiempos y recuperado por una colonia de expatriados franceses) sale la ruta del barranco de La Pillera, que baja primero rumbo sur siguiendo el cauce del Guatizalema y después vira bruscamente al este, remontando el barranco que le da nombre.
El entorno del pueblo aparece alfombrado de prados de siega, donde buscamos sin éxito (aunque sin mucho entusiasmo, justo es reconocerlo) lagartos verdes Lacerta bilineata, especialidad del cuadrante NE peninsular que me taché en su día en la Sierra de la Demanda durante un muestreo curruquil.
Pero la senda enseguida comienza a pegarse al río y a encañonarse. Al girar hacia el este, una de las laderas se orienta hacia el norte y la otra hacia el sur, y la vegetación que crece en ambas no tiene apenas nada que ver:
En la orilla norte, que mira pues al sur, crecen encinas y unos "quejigos" muy especiales, que estaban justo brotando. Estos robles Quercus gr. cerrioides, propios del Prepirineo, son híbridos estables naturales entre el quejigo verdadero Q. faginea y el roble pubescente Q. humilis.
Mientras, la otra ladera recibía la sombra de pinos silvestres, hayas y algún que otro abeto aislado.
La senda como digo iba todo el rato junto al agua, tanto que a veces (muchas veces) había que atravesar el cauce. Esto no era muy complicado en zonas como ésta, donde podía hacerse de un simple salto...
... pero en otras, si uno no quería arriesgarse a resbalar y caer con todo el equipo, había que descalzarse y tirar directamente a través del agua. Esto al ir, pues al volver, ya más experimentados en la detección de las piedras adecuadas, pudimos cruzar el río a pie enjuto todas las veces. En total 30 fueron las ocasiones en que tocó ir cruzando de un lado a otro entre la ida y el retorno.
La ruta de todas maneras fue reservando sus tramos más pintorescos para el final, como la badina (estanque) del Estañonero, donde comimos...
... o el "Brazo de Mar", una cueva que descendía en fuerte pendiente y se llenaba rápido de agua, que realmente lucía de un azul muy atractivo a la luz de las linternas.
Ya justo al final de la ruta, la sorpresilla final, que me temo que no se ve nada bien en la foto: el agua del barranco manaba, ya con buen caudal, directamente de la roca, pues éste se originaba bajo tierra. Resulta curioso siempre estar en la cabecera de un río; de pequeño fantaseaba a menudo con la idea de ir a Fontemiña con un sacho y desviar la cabecera del Miño, que me imaginaba como un hilillo de agua, para ver si al volver a Orense el río se habría secado...
Algún bicho toca ya, ¿no? Como esta lagartija roquera Podarcis muralis, especie norteña que buscaba el frescor de la vera del cauce, dejando a la lagartija catalana las peñas más altas y abrasadas por el sol.
Me hizo gracia esta pareja de zapateros, entregados al amor sin que por ello la hembra desatendiese su almuerzo.
Y me gustó también descubrir la curiosa forma arriñonada de los cotiledones de las hayas.
Parando con cada bicho, con cada planta y con cada vado, echamos mucho más tiempo en ruta del que teníamos previsto, pero bien mereció la pena. Después teníamos en mente terminar de rodear toda la sierra, viéndola ya más desde el coche y fiándonos más bien poco del GPS, que en ocasiones nos anunciaba que pasábamos por pueblos que no es que fuesen fantasmas, sino que directamente ¡no existían!
Sí paramos a ver el dolmen de Ibirque, uno de los muchos vestigios megalíticos de la zona.
Y llegamos al seguramente precioso pueblo de Álquézar ya bien entrada la noche, cuando nuestra idea original era parar allí "a tomar un café". La vuelta después a Sabiñánigo fue bastante matadora, pero ¡y lo bien que lo habíamos pasado...!
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