Tocaba ayer subir a ver a la familia, para celebrar además el tercer cumpleaños de mi sobrina; y, como en cada uno de estos viajes, se me pasan los kilómetros entre ensoñaciones mientras miro por la ventana. La meseta estaba enmoquetada de verde, salvo donde aquí y allá algún lavajo reflejaba el cielo plomizo; en todo caso, las nubes bajas reducían mucho la visibilidad. Un artículo recién leído de la Quercus de febrero sobre las causas de mortalidad de los lobos de Tierra de Campos me llamó la atención principalmente por la gran cantidad de ejemplares reseñados, de modo que iba yo esperando sorprender entre la bruma alguna sombra furtiva, algún indicio... sin fortuna, claro. De hecho estaba todo particularmente vacío de vida con respecto a otros viajes en tren que os he relatado: algún milano suelto aquí y allá, algún aguilucho lagunero, algún cernícalo escapando de las fastidiosas grajillas del castillo de La Mota... y poco más. Y ya entre Puebla de Sanabria y A Gudiña, en el cogollo del territorio lobero, la nieve, amortiguando la vida. Y arroyuelos de aguas turbias luego escurriendo entre castaños y zarzales por cada valle, recogiendo toda el agua de este invierno tibio e interminable. Y a las puertas de Orense, un destello alimonado: las mimosas ocupan ya la parrilla de salida.
4 comentarios:
Qué bien (d)escrito, Antón.
Gracias; aunque sé que sólo tengo que mencionar paisajes castellanos para tener el +1 en el bote...
Que no es eso: que esto está muy bien escrito.
Jeje; gracias otra vez.
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