Lleva desde primeros de año metiéndose conmigo: es un machito de curruca capirotada que se ha adueñado del jardincillo de la iglesia del Cristo de la Victoria, un par de manzanas más abajo de mi portal. Posada en lo alto de los cuatro árboles mal puestos que allí crecen, canta incansable todo el día desde primera hora, proclamando a los cuatro vientos que, aunque ya estén casi desprovistos de bayas, el par de aligustres raquíticos del jardín son sus aligustres, su despensa para capear lo que quede del invierno; y ¡ay de la curruca que se atreva a querer reclamar su parte!
¿Cuál es mi problema con este pajarito? Que su canto suena exactamente igual que la melodía de mi móvil (sí, sí; síndrome de Estocolmo, me parece que se llama...), por lo que indefectiblemente cuando paso por delante, aunque sé que es ella la que canta, no me puedo resistir a echar la mano al bolsillo para comprobarlo... incluso cuando no llevo el móvil encima. "El becario de Pavlov", hubiese podido titular esta entrada también...
No hay comentarios:
Publicar un comentario