Si yo fuese concejal del ramo lo tendría meridianamente claro: ¡fuera todos los plátanos! Con los árboles, como con los colores, como con todo, hay para todos los gustos; y a mí los plátanos me caen muy gordos. No sé a qué iluminado se le dio por decir que eran árboles ideales para la ciudad, con la espantosa consecuencia de que los hayan plantado en todas las calles y plazas de España; cuanto más pequeñas mejor. Y mejor, la verdad: cuanto menor es el espacio que se le deja más se hace odiar un plátano: crecerá retorcido, achaparrado y desgarbado (eso cuando directamente no los desmochan, como suelen ordenar hacer los alcaldes más sádicos); levantando el pavimento, arrugándose nada más brotar en primavera por culpa del oídio y manchando, manchando mucho. Porque el plátano es un árbol muy sucio: tirando grandes escamas de corteza de continuo; y llenándolo todo en primavera de sus repulsivas semillas peludas, amago de vilano que no vuela y que solo gusta a las sufridas Messor, que alfombran con ellas la entrada de sus hormigueros para que los niños al aplastarlas pisen en blando... Pero sobre todo el plátano se me hace especialmente cargante ahora en otoño, por sus feas hojas apergaminadas: en vez de tirar las hojas amarillas y aún lisas y tersas, como las de los arces, como las de los chopos, como las de los liquidámbares; las hojas del plátano aguantan en el árbol hasta que se secan: marrones, remuertas, deprimentes... ya sabemos que el otoño está aquí, que los días duran un suspiro y que enseguida pasará de "hacer frío" a "hacer más"; nadie necesita que se lo recuerden a cada rato al mirar por la ventana...
"Plátano". ¿Con qué narices rima plátano? Normal que nadie le haya dedicado un mísero poema... bueno, uno sí: pero por supuesto sin rima; y es una cursilada. Una elegía le dedicaré yo al último plátano sobre la tierra; y ¡quiera Dios que mis ojos vean ese día!
2 comentarios:
Pobrecito árbol, el no tiene la culpa de ser así... A mi hay dos cosas que me gustan del plátano y que no puedo obtener de ningún otro árbol. Una: arrancar la corteza medio caída del tronco e irla rompiendo en pedacitos con las manos. Y dos: meterme en las piscinas de hojas que se forman, ver hasta dónde me cubre y luego levantarlas al aire mientras camino.
¡Viva el plátano!
- De acuerdo con el punto uno...
- ... pero lo de las hojas puedes hacerlo con cualquier caducifolia :-p
Publicar un comentario