7/9/14

Y aún más historias hormiguiles

Las hormigas no eran sólo un ingrediente esencial de mis juegos infantiles en Orense, sino también, claro, en la aldea. Frente a casa, justo cruzando la carretera, había todos los años en una grieta del suelo un hormiguero de Messor; y cuando me dejaban aparcado en la aldea con mis abuelos y después de comer ellos desaparecían para dormir la siesta, uno de mis entretenimientos más normales era bajar a putear a las hormigas: las miraba transportar semillas de lo más variado, y de vez en cuando agarraba yo la semilla que fuese por el otro extremo y la levantaba para ver a la pobre bicha patalear en el aire. Otras veces salía a relucir el daño que ya habían hecho en mi los documentales, y como quiera que había escuchado que los chimpancés usaban palitos para, hurgando en los hormigueros, sacar luego prendidas del mismo las hormigas enfadadas para comérselas, pues me dedicaba a hacer yo igual, niño copiando del mono; aunque no me las comía, sino que sólo contaba a ver cuántas podía sacar enganchadas a la vez. Ya cuando estaba muy muy aburrido me salía la vena de curiosidad malévola: la clase de curiosidad que se pregunta qué dura más tiempo vivo, si una hormiga sin abdomen o una sin cabeza... pobrecillas, la verdad, pobrecillas. No sé para qué os cuento todo esto. Qué turbios son a veces los comienzos de un biólogo...

3 comentarios:

Miguel Juan dijo...

Hola Antón:
No me digas que nunca hiciste pis sobre el hormiguero para ver como salían del agujero. Tan trastear con ellas y no mear me resulta un poco raro. Saludos

Antón Pérez dijo...

Pues sinceramente no recuerdo haber hecho eso nunca... jaja, si pretendías diluir tu sensación de culpa, me temo que te ha salido mal.
Un abrazo!

Miguel Juan dijo...

Dicho y hecho, "mea" culpa, que en mi pueblo eramos muy brutos.
Y sigue habiendo hormigas a pesar de las meadas de entonces y de los múltiples plaguicidas, fungicidas, herbicidas, y no sé cuantos más "cidas" de hoy en día, aunque seguro que les va peor ahora. Saludos.