Ayer al subir la persiana, lo primero que llegó a mis todavía adormilados oídos fue el inconfundible canto de un colirrojo tizón: una especie urbana en muchas localidades, y también en Madrid, pero que aquí aparece principalmente en invierno (y en mi patio de luces en concreto, por primera vez). Más tarde, corriendo cerca de la Facultad, lo que escuché fue el primer 'tec-tec' petirrojil de la temporada... pues nada: se ve que, mientras todavía hay un paso bastante fuerte de migrantes transaharianos (parece Bea que este año nos adelantamos bastante el mes pasado), los presaharianos ya están llegando también para acompañarnos hasta la primavera que viene...
Decía que siguen los campos (y los jardines, por suerte para mí que no salgo de Madrid) llenos de migrantes, y todos los buenos pajareros están por esos campos de Dios, haciendo lista y escudriñando cada arbusto, a la búsqueda de cualquier pequeña sorpresa. Y seguro que todos se vuelven a casa la mar de contentos, aunque sólo hayan encontrado "lo de siempre". Pero uno hay al menos que puede este otoño mirarnos a todos con un puntito de merecido orgullo: el descubridor el viernes pasado de toda una señora mascarita común Geothlypis trichas en la orilla gaditana del tramo final del Guadalquivir. Un citón, no sólo por ser un first for Spain, sino por serlo además de un pajarillo (que siempre son más difíciles de localizar que las aves acuáticas o las rapaces), y de uno que pese a ser muy abundante en Norteamérica no es precisamente de los divagantes más frecuentes a nuestro lado del Atlántico. Y encima ni siquiera era un juvenil feúcho, sino todo un machito adulto. La foto, aquí.
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