9/9/14

Mortales, cada uno a su manera

Os he entretenido estos días (o aburrido, según) con historias sobre hormigas, y otras tantas que me dejo en el tintero: historias de ciervos volantes junto a un hormiguero vaciados con esmero por hormigas diminutas a lo largo de varios días, historias de bichos desdichados intentando escapar de los domos de las hormigas rojas, historias de hormigas picándome en la lengua... Pero con ser unos bichos que dan mucho juego, no pueden compararse en espectacularidad a otros. A otros como las mantis, por ejemplo. Las mantis me fascinan desde que, de pequeño, en uno de los muchos parques de Orense donde me llevaba mi tía, me topé con una por primera vez, y pude ver (o mejor dicho, "no-ver") cómo era capaz de hacerse con una mosca a una velocidad ajena a este mundo, como ajeno parecía ser aquel bicho de ojos bulbosos y patas de pesadilla... Uno de los veranos en la aldea, en que parecía haber bastantes más que otros años, descubrí una de ellas, una hembra excepcional, que rondaba siempre por entre las mismas ramas, de forma que podía localizarla de un día para el otro. Si la cogía para colocarla en algún otro sitio protestaba un poquillo, pero no enloquecía e intentaba marcharse corriendo o volando desmadejadamente como otras primas suyas más nerviosas; de modo que tras colocarla en posición sobre una mesa o así podía entretenerme contando cuántas moscas seguidas, que yo le cazaba, era capaz de comerse de un tirón. Siete, creo que fue el mayor conteo; y si no fueron más fue seguramente por mi falta de habilidad como cazador y no por su falta de apetito, pues como digo era una señorona mantis. Esto, que se me antojaba no obstante un poco forzado, siguió así algunos días, hasta que de repente se me presentó la ocasión de ver un poco más de "acción al natural"... aunque no salió como yo me esperaba: coincidió que aquella mañana mis abuelos habían matado un pollo, y la cabeza del mismo, después de que uno de los gatos la mordisquease un poco sin mucho convencimiento, estaba allá tirada en la huerta, rodeada de avispas frenéticas por llevarse pedazos de carne. Razoné que si dejaba la mantis cerca de allí se las apañaría para acechar y hacerse con alguna de las avispas, y ni corto ni perezoso la cogí de la rama donde estaba y la dejé caer bastante torpemente junto a la cabeza del pollo. La mantis cayó allí junto junto a las avispas... y como un rayo una de ellas se le echó encima, le picó en el tórax y la dejó frita; todo sucedió en unos pocos segundos. Y las avispas siguieron a lo suyo, arrancando pedacitos de pollo junto a una mantis muerta. Y yo me metí en casa con bastantes remordimientos...

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