Para terminar con el viaje, el sábado pasado abandonamos momentáneamente la costa camino del interior. En 2008, en nuestra primera campaña de anillamiento veraniega, descubrí asombrado que Andalucía, verde, lo que se dice verde, lo es un rato largo si sabes dónde mirar...
... por ejemplo en el Parque Natural de Los Alcornocales, que se extiende desde casi las aguas del Estrecho por el sur hasta los pinsapares de Grazalema por el norte.
Como bien sabréis, queridos lectores, esta zona me la conozco relativamente bien y siento por ella un gran cariño; pues no en vano hemos bajado varias veces a trabajar a estos montes, que de verdes que son, uno no dudaría en situar en el norte.
Su situación geográfica, las temperaturas suaves durante todo el año y con la gran humedad hacen que, si bien en cuanto a fauna no haya nada especialmente llamativo, esta zona destaque por su riqueza y singularidad botánica, que combina especies de origen íbero-magrebí (herederas de un breve periodo e que Andalucía al sur del Guadalquivir y el norte de África fueron uno) con otra serie de relictos del Terciario que en buena parte aparecen ahora acantonados en Canarias y Madeira.
Entre las muchas especies notables, probablemente el ojaranzo Rhododendron ponticum, que sólo medra en estado silvestre en ciertos montes turcos y en esta tierra nuestra, sea una de las más conocidas. Curiosamente, esta especie de rododendro tan escasa aquí, que se suele utilizar como portainjertos de muchos de los cultivares de jardín, se ha vuelto una especie invasora en las islas Británicas, colonizando allí enormes masas de monte de las que excluye a cualquier otra especie.
Tras pasar el día metidos en el bosque, pasando el tiempo junto a los arroyos donde maté tantas veces los ratos entre curruca y curruca, descendimos de nuevo al llano, aprovechando para añadir más especies curiosas a la lista el terreno antaño ocupado por la laguna de la Janda. Dispuestos a apurar hasta el final nuestra estancia tarifeña, todavía salimos después de cenar a dar vueltas con el coche por carreteras secundarias, esperando sorprender algún chotacabras. Y chotacabras no vimos; jinetas tampoco... pero dando saltos sobre el asfalto, jugándose la vida frente a nuestras ruedas... ¡apareció el último bimbo del viaje!
Un sapillo moteado ibérico Pelodytes ibericus; y ni os imagináis las ganas que tenía de ver algún bicho de este género. Que, por si no lo sabíais, al cogerlos huelen a ajo :-D Una manera inmejorable de terminar un viaje para repetir. Con vosotros, a poder ser :-)
1 comentario:
Caray Antón me estas haciendo recordar muchos sitios de mi tierra que he pisoteado, e incluso dormido a la luz de la luna en Grazalema, camino de Romda.
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