Tras alimentarnos convenientemente de tapas tarifeñas el miércoles por la noche (y añadir con una ración de ortiguillas un filo más a mi amplio espectro alimenticio) y dormir a pierna suelta, nos levantamos el jueves con ganas de comernos el mundo empezando por abajo.
Comenzamos la jornada con una salida en barco orientada a la observación de cetáceos (y a comprobar la falta de espíritu marinero de más de un miembro del grupo). Arriba, de derecha a izquierda según salíamos del puerto de Tarifa, la isla de las Palomas (que protege al propio puerto), y brillando primero la duna de Valdevaqueros y al fondo entre la neblina la de Bolonia. El barco enfiló primero hacia Tánger para después ir cerrando un estrecho triángulo de vuelta al puerto, a lo largo de unas dos horas. Cetáceos la verdad es que no vimos muchos; apenas una familia de delfines mulares Tursioss truncatus, pero el trasiego de aves era constante: a mayores de un trajín constante de abejeros europeos Pernis aviporus y fumareles comunes Chlidonias niger entrando desde África (altos los unos y a ras de agua los otros), entremezclado con estos últimos apareció nada más ni nada menos que ¡un charrán bengalí Thalasseus bengalensis! ¡Enorme alegría a bordo entre los escasísimos pajareros embarcados! El charrán bengalí, muy similar al patinegro, del que le distingue su pico naranja en vez de negro; es una especie propia de mares tropicales cuya subespecie emigrata cría escasamente en islotes de la costa libia (apenas unas 2000 parejas repartidas en tres colonias). Entra y sale del Mediterráneo fuera de la época de cría pegada a la costa africana, de modo que se la considera rareza a nuestro lado del Estrecho. Además del charrán, un alcatraz atlántico Morus bassanus, un grupo mixto de pardelas baleares Puffinus mauretanicus y cenicientas Calonectris (d.) borealis y varios simpáticos peces luna Mola mola contribuyeron a hacer la mar de entretenido un viaje que, para la mayoría de los que nos acompañaban, debió de ser sumamente aburrido.
Después de comer, echamos la tarde viendo bichos por las playas que por la mañana veíamos desde el mar, y por las llanuras costeras que brillaban de color frambuesa debido a la profusión de zullas Hedysarum coronarium en flor. En la playa de Los Lances descubrimos estos dos Scarites cyclops de pavorosas mandíbulas enzarzados en una lucha encarnizada, que sólo terminó cuando... de buenas a primeras se separaron y se fueron cada uno por su lado, como si ni se hubieran visto. Pues vaya chasco...
También en Los Lances este precioso machito de tarabilla común Saxicola rubicola, con mucho blanco en el pecho y las alas, como suelen ser por la zona, estuvo posando tan tranquilo a tiro de cámara. Pero las aves estrella de la zona fueron las limícolas, que lucían espléndidas en sus plumajes nupciales, camino del Gran Norte. En la playa se arremolinaban chorlitejos grandes Charadrius hiaticula y correlimos comunes Calidris alpina, menudos C. minuta y tridáctilos C. alba; mientras que los chorlitejos patinegros C. alexandrinus residentes se las veían y deseaban para mantener sus polluelos reunidos entre el continuo trajín de kitesurfers.
¿Os suena esta vista de la playa de Bolonia? Seguro que sí, fidelísimos lectores. Subimos esperanzados hasta la cueva del Moro para intentar ver vencejos raros, pero nos quedamos con las ganas, pues no apareció ni el primero :-( Supongo que con el charrán ya estaba cubierto el cupo diario de bichos raros... Aguantamos poco arriba en cualquier caso, con el día ya de caída...
... lo suficiente al menos como para hacernos una foto de grupo (sé que salgo tapando a Bea; lo siento, fue sin querer. Animados por el canto de las ranas, que en este valle suena siempre con especial sonoridad, bajamos hasta el regato que muere en la playa; y acabamos bonitamente la jornada entre galápagos leprosos Mauremys leprosa, culebras viperinas Natrix maura y ranitas meridionales Hyla meridionalis. Y nos fuimos a dormir todavía con más de la mitad del viaje por delante...
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