Animales y un humano, y un cristal de por medio. Pero por una vez, soy yo el que está dentro; y no muy seguro quién es el observado y quién el observador... Los huecos que dejan las celosías de los ventanales de las escaleras de la Facultad son muy querenciosos para las aves trogloditas: la pareja de cernícalos anida en el lado de Geológicas, las palomas un poco donde pueden, y en el lado de Biológicas hay una colonia de grajillas Corvus monedula. Aunque el alféizar de las ventanas de la fachada norte, la mía, es mínimo, de vez en cuando las grajillas se posan allí; casi siempre a pares, pues estas aves se emparejan de por vida y rara vez se alejan el uno de la otra. Y a veces se posan allí, sin más, lanzando preguntas al aire con sus "quiak quiak" siempre interrogativos; otras se hacen carantoñas, completamente ajenas a lo que pasa a su alrededor; y otras por fin defecan o regurgitan una egagrópila con la más absoluta falta de pudor. Pero a veces, como ayer por la mañana, les da por mirar. Por mirar dentro y curiosear lo que estamos haciendo, con la cara absorta de un niño ante la jaula de un animal grande: con nerviosismo y el cuerpo girado por si el bicho hace un gesto brusco salir corriendo, pero al mismo tiempo con la curiosidad infinita del que se relaja sabiendo que el cristal mantendrá a la bestia dentro. Si al menos me trajeran cacahuetes...
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