De sobra es conocida la historia que cuenta que Alfred Nobel, inventor de la dinamita, sentía tales remordimientos por haberse enriquecido con la sustancia que tantos muertos causaba en las guerras, que instituyó en su testamento los premios que llevan su nombre para hacer las paces con la Humanidad recompensando a sus prohombres más notables. Es lo que tiene la Ciencia: que uno descubre y divulga, como mandan los cánones; y otros son los que se aprovechan, para bien o para mal. No es tan dramática como la historia de los Nobel, pero una entrada del blog de la biblioteca de Biológicas sigue un poco la misma línea. Y como no me apetece mucho escribir y la entrada es interesante, pues os la enlazo y a correr...
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