En el alto da Corga se separan las carreteras que, desde Vilar de Barrio, van respectivamente a Maus y a Borrán; y luego más allá. En el alto hay un depósito de agua, un vertedero... “alegal”, una gran antena, un campo de fútbol y el cementerio donde descansan mis abuelos. Ayer nos hemos acercado un rato a llevar unas flores, después de visitar la casa para ver que todo sigue en orden y de llenar una caja de higos y una bolsa de nueces. El cementerio la verdad es que da algo de pena: al pie de nichos y sepulturas brota mucha maleza, y no precisamente malvas; y hay tantas flores de plástico y estatuillas de santos barateiras que casi parece un “Todo a 1€”. Sin embargo estaba entretenida la tarde, con algún papamoscas cerrojillo rezagado volando de acá para allá y las lagartijas ibéricas y de Bocage correteando entre las lápidas en pos de los saltamontes, los últimos bichos aún abundantes tras el esplendor estival. Y aquí y allá menudeaban las quitameriendas, como pequeñas islas de vida entre tanta fronda artificial. Ya de vuelta, las luces doradas de poniente dejaban ver a un lado y otro, entre el follaje otoñal de los castaños, cómo algunos erizos esbozaban ya una tímida sonrisa. Otoño de cocido y castañas: habrá que ir pensando cuándo volver...
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