Cuando Raúl me dijo que, al surgirle la oportunidad, se había comprado un barquito de segunda mano tirado de precio, y que si hacía bueno cuando fuera a verle daríamos una vuelta por la ría, yo ya me perdí en mis ensoñaciones y dejé de escuchar toda la parte de "pero no te emociones, que es un barco muy cutre y muy viejo..." que él seguía diciéndome al teléfono. La recordé cuando bajamos del coche en el pequeño puerto de Praceres, y al ver la fila de barcas supuse que la nuestra sería el microbio rojo y blanco del centro... "bueno, menos da una piedra; ya es más de lo que tengo yo", me dije, resignado. Por eso mi alegría se dobló cuando vi que el cabo del que tiraba no era el de esa barquichuela, sino el del resultón barquito azul y amarillo que tiene a estribor. Ése era el Patarroxa I, y en él íbamos a echar la mañana; ¡moríos de envidia!
Salimos de puerto y fuimos rodeando la isla de Tambo, de titularidad militar. Ni el barco tiene actualmente la autonomía necesaria para emprender grandes hazañas náuticas, ni nosotros teníamos el tiempo, pero albergaba yo la ligera esperanza de que los vientos cantábricos de un par de días atrás hubiesen empujado dentro de la ría algunas especies de aves más amantes del mar abierto. No fue así, y gaviotas y cormoranes fueron básicamente nuestros sencillos compañeros de viaje.
Posados en los polígonos de bateas, los bichos se dejaban ver tranquilamente. A hablar tranquilamente nos detuvimos también nosotros, mientras el viento nos iba llevando poco a poco hacia la orilla norte de la ría. Cuando se nos fue despertando el hambre volvimos a puerto: sin aves marinas chulas, pero con un pequeño premio de consolación...
El mar estaba tan calmado que la experimentada vista de Raúl enseguida distinguió las aletas dorsales hendiendo la superficie del agua, y nos acercamos un poquito a echar un ojo.
Un salto aquí y un salto allá: una de las manadas de delfines mulares Tursiops truncatus de las Rías Baixas andaba también ocupándose de sus quehaceres, entre algún pequeño velero que también se acercaba a curiosear y naseiros y otros barcos de trabajo que hacían caso omiso de ellos, pues cruzarse con delfines es algo habitual en estas aguas.
Los arroaces ciertamente no son nada esquivos, y según lo que estén pescando a veces se acercan mucho a la playa. Bueno, otros tenemos cotorras, jeje... y a falta de algún frailecillo o falaropo que echarse a la lista, mejor un delfín que nada.
Y aquí estamos los dos, que luego siempre hay alguno que dice que en realidad nunca salgo de casa y que las fotos las saco de Internet...
2 comentarios:
jeje, para el año hay que "tomar" el islote ese, que cuando estuve este verano por ahí me picaba la curiosidad :P
FJP
Tomémoslo, tomémoslo... aunque siempre me ha gustado más el de San Simón, en la ría de Vigo.
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