24/12/14

Tinta bicolor

Buena parte del viaje en tren de ayer me la pasé entre mi libro y mi ventana: para esta Navidad he cogido en la facultad algo "ligerito": el Ridley. Total, setecientas paginillas y pico de nada, ¿qué es eso, para un levantador de handbooks...? Nah, ya os he comentado a veces la vergüenza que me da carecer de una formación reglada en biología evolutiva, así que como no ha aparecido ningún voluntario dispuesto a enviarme al hospital, voy a ver si aprovecho estos días en casa. Leer el tocho me mantuvo entretenido hasta la segunda salida del sol (la primera, la horaria; y la segunda cuando por fin abrió algo la niebla lechosa), cuando ya empezó a poderme más la historia natural de Castilla que la del mundo entero, y me dediqué a escudriñar los postes que asomaban sus cabezas entre la bruma, como si flotasen en el aire: entre muchos cernícalos y ratoneros, dos esmerejones en apenas unos minutos. Ni tal mal...
Pero todo esto lo hice distraído por el libro que mi compañera de viaje leyó casi sin interrupción desde que salimos de Madrid, mirándolo de reojo casi sin poder evitarlo, pues su tinta verde y roja me traía de continuo recuerdos de años ha: recuerdos de desvanes polvorientos, de bicicletas de piedra, de pieles color aceituna... de mirar y no ver, literalmente, nada... Creo que ya sé lo que voy a (re)leer cuando termine con el Ridley.

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