Pues hace justo una semana
estábamos los cuatro (Javi, Diego, Unai y el que esto escribe) camino de
Pirineos, con el firme propósito de exprimir al máximo el jugo de la avifauna
de montaña. La previsión meteorológica no era nada halagüeña, pero es lo que
tienen los destinos lejanos: que hay que ir cuando se puede, y no cuando más le
gustaría a uno...
Llegamos
entre lluvias intermitentes a Ars, en la comarca del Alt Urgell, justo a la
izquierda de Andorra. Allí se puede decir que empezamos la Aventura en serio,
ya que para llegar al refugio de Ras de Conques el encargado, Joan, tuvo que
remolcarnos con su todoterreno durante un buen trecho por una pista
excesivamente embarrada montaña arriba, con la furgoneta dando de vez en cuando
interesantes bandazos hacia el barranco del borde. El refugio, aunque carente
por una avería de agua corriente (da igual, había una fuente de agua calentita
y un cubo lleno de algas para lavarse, ¿quién quiere más?) era bastante cuco,
con su hogar donde calentarse al fuego y todo. Joan y su secuaz Joan 2, lo más
parecido como pareja al Dr. Frankestein e Igor que debe de haber en Pirineos,
añosos y curtidos por las vueltas de la vida, nos atendieron maravillosamente
los tres días que echamos allí.
La primera tarde nos dimos el primer paseo, con la lluvia cayendo de
continuo; nos comimos un poco los mocos y acabamos bastante calados. El segundo
día al menos la lluvia ya era nieve, que moja menos y es más bonita, aunque
tras un segundo paseo monte arriba después de desayunar decidimos descender de
cota, hacia lo verde.
Mientras pasábamos el día, con lluvia de vez en cuando, el sol iba
incluso saliendo a ratos, y la nieve desaparecía a ojos vista. Los bichos se
activaron un poquillo y empezó la fiesta: mucho corzo, gamos, verderones
serranos, piquituertos, collalbas grises, bisbitas alpinos y arbóreos
compartiendo límite de ambientes de ambas especies...
Inopinadamente incluso, del árbol
seco y muy agujereado por los picos picapinos que se ve en la foto, salió
volando cuando pasamos junto a él una mancha oscura con motitas claras. Nos
quedamos con cara de tontos; con la cara que se le queda a uno cuando uno de
los bichos objetivos del viaje, el mochuelo boreal Aegolius funereus, aparece
cuando uno menos se lo espera y desaparece en décimas de segundo. Bueno, pero
ahí estaba el bicho...
Por la
tarde la lluvia volvió a hacerse más fuerte y a derivar de nuevo hacia la
nieve; cosa que haría mucho más interesante nuestra partida a la mañana
siguiente... pero para mañana queda eso también; de momento os dejo con una
foto de los cuatro.
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