.. Julia y Charles hablaban, solos en el gran salón, mientras el barco cabeceaba en medio de la tormenta. Entonces entró el revisor a recriminar a un chavalín que se ruborizó enseguida haber dejado la maleta en el pasillo entre dos vagones, y caí en la cuenta de que lo que se movía no era el barco, sino el tren; de que no estaba yo solo espiando furtivamente la conversación de los inminentes amantes, sino en un vagón lleno de gente camino de Madrid…
Estoy disfrutando demasiado de mi segunda lectura de Retorno a Brideshead… Hay placeres accesibles, como por ejemplo… las patatas fritas: en cuanto se acaba una bolsa uno sabe que, esperándole en la tienda, hay otras tantas que le proporcionarán cuando quiera el mismo gusto que aquélla. Pero otros, como la lectura de un buen libro, son muy difíciles de igualar. Sé que cuando acabe éste tendré que dejar pasar aún más tiempo para disfrutar igualmente la tercera vez que lo lea, y entremedias me expongo a demasiada prosa facilona que me asquee o, como mucho, me deje indiferente, en vez de inspirarme. Por eso he estado racionando tanto Retorno; empecé a leerlo a mitad de la estancia y desde entonces lo he disfrutado mirándolo sobre la mesilla de noche o leyendo fragmentos minúsculos, como hacía Charlie con las tabletas de chocolate. Ayer sin embargo, con el cambio de hora que hizo que anocheciese demasiado pronto, no había nada que mirar por la ventana; y me dio un tremendo ataque de gula: devoré implacable África y América Latina, y antes de dormirme pude ver ya asomar del agua, al otro extremo del sedal invisible que lo traía de vuelta desde el fin del mundo, la cabeza de Lord Marchmain… veremos esta noche en qué acaba todo. Lo peor es que ya lo sé.
Estoy disfrutando demasiado de mi segunda lectura de Retorno a Brideshead… Hay placeres accesibles, como por ejemplo… las patatas fritas: en cuanto se acaba una bolsa uno sabe que, esperándole en la tienda, hay otras tantas que le proporcionarán cuando quiera el mismo gusto que aquélla. Pero otros, como la lectura de un buen libro, son muy difíciles de igualar. Sé que cuando acabe éste tendré que dejar pasar aún más tiempo para disfrutar igualmente la tercera vez que lo lea, y entremedias me expongo a demasiada prosa facilona que me asquee o, como mucho, me deje indiferente, en vez de inspirarme. Por eso he estado racionando tanto Retorno; empecé a leerlo a mitad de la estancia y desde entonces lo he disfrutado mirándolo sobre la mesilla de noche o leyendo fragmentos minúsculos, como hacía Charlie con las tabletas de chocolate. Ayer sin embargo, con el cambio de hora que hizo que anocheciese demasiado pronto, no había nada que mirar por la ventana; y me dio un tremendo ataque de gula: devoré implacable África y América Latina, y antes de dormirme pude ver ya asomar del agua, al otro extremo del sedal invisible que lo traía de vuelta desde el fin del mundo, la cabeza de Lord Marchmain… veremos esta noche en qué acaba todo. Lo peor es que ya lo sé.
6 comentarios:
Joba q pedazo entrada literaria, muy buena si señor. Que facilidad. Me has despertado las ganas de pillar un libro de nuevo. ;D
Habrá que regalarte alguno, entonces...
Por cierto, ¡a ver si me llamas! :-p
No te creas, no lo sabes. Cada vez es nuevo.
Lo que da de sí el cambio de hora... además del gustazo de volver a despertarse con luz.
Una entrada preciosa. Feliz atracón.
¡Qué suerte! Ni con el cambio de hora me despierto yo con luz... :-) Gracias por las felicitaciones; no se merecen.
Se me ocurrió que quizá te pueda interesar Un puñado de polvo, una novela anterior de Evelyn Waugh; es un poco pesada en algunas partes pero el conjunto merece la pena.
Apuntado queda para Navidad, gracias :-)
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