5/11/10

Tendrían que ser más de mil...

Ayer por la mañana subimos (Chechu, Miche, Sofía y el que esto escribe) a Pinilla del Valle, en la cola del embalse del mismo nombre. Algunas currucas que se habían capturado allí en verano parecían por sus medidas morfológicas ser sedentarias, cosa a priori poco probable en la zona, ya que refresca bastante en invierno. Así que para ir sobre seguro, quisimos comprobar si había o no por allí currucas y, en caso de haberlas, si conseguíamos recapturar alguno de nuestros ejemplares ya marcados.
Al llegar al sitio donde habían colocado las redes ya se veía que las currucas, de haberlas, no iban a ser precisamente abundantes, ya que estaba todo muy pelado y desprovisto de cualquier clase de frutos que pudieran comer. Un par de horas más tarde, sin currucas en nuestro haber (de hecho es que no cayó nada en las redes), volvimos a la Facultad. Estaba simpático el sitio en cualquier caso, con una temperatura muy agradable. Junto al agua pasaron varias veces dos o tres mirlos acuáticos Cinclus cinclus, como pequeñas centellas de deslumbrante pechera blanca; y en una ocasión vimos también escabullirse a un visón americano Neovison vison, con su caminar bamboleante y furtivo.
No he sacado fotos porque las pilas de mi cámara hubo que ponerlas en uno de los reclamos de cantos, que no tenía; y ha sido una pena, porque ayer los paisajes del valle de El Paular bien merecían ser inmortalizados: debajo el Lozoya, el monasterio y los prados salpicados de vacas rojizas. En las laderas el verde glauco de los pinos albares aparecía veteado de dorado allí donde los melojos conseguían crecer. Más arriba, blanqueaban las primeras nieves del año, y por encima el cielo despejado rellenaba un lienzo que, de no existir ya, habría que pintarlo.

Me releo y me sabe a poco; el valle no parece ni la cuarta parte de bonito de como estaba. Normal, si ni siquiera he llegado a las cien...

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