Ayer a las 6:30, tras pasar una tediosa noche en ruta, hicimos nuestra entrada triunfal en Madrid con 15 pollos de curruca capirotada; si Dios quiere y todo sale bien dentro de un añito podrán hacer el viaje de vuelta, y volver a beber y bañarse en las pozas umbrías del cauce casi seco del arroyo del Tiradero. Es la primera expedición de captura de aves que hacemos sin jefes (y probablemente la última, dados los plazos de la tesis) y no se nos ha dado nada mal; a fuerza de practicar Sofía y yo vamos desenvolviéndonos cada vez mejor en estas lides...
El bosque de los Alcornocales estaba igual de verde que siempre; pero la hierba achicharrada por el sol y el aire caliente que soplaba en Los Barrios como si hubiese algún horno con la puerta abierta le recordaban a uno de continuo lo lejos que quedaban las jornadas de campo de diciembre... En cualquier caso, siempre es una delicia venir aquí: con la migración otoñal ya más que comenzada, los cielos gaditanos bullían de vencejos, cigüeñas y milanos negros con ganas de viajar aún más al sur. Sobrevolando los hatos de retintas, esas curiosas vacas menudas del mismo color que los alcornoques recién descorchados, los buitres flotaban sin esfuerzo en el aire cálido; y me quedé con las ganas de mirar con detalle más de una y de dos siluetas extremadamente sospechosas...
Así que, a falta de algo más grande, os con tentáis con esta chinche rayada Graphosoma lineatum. La pongo por los recuerdos que me trae de la aldea: a esta especie, a la que le encantan las flores de las umbelíferas, me la solía encontrar en la huerta en las cabezas de las zanahorias; y como eran tan fáciles de localizar me entretenía cogiéndolas para echarlas en las telas de araña... a ver este lunes qué me espera por el norte. De momento parece que bastante más fresco que aquí; supongo que por un día lo agradeceré... por un día o dos, no más.
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