5/10/07

El color del caballo

Había estado lloviendo toda la noche, y por la mañana todavía Palma estaba cubierta por un denso manto de nubes. Sin embargo, a lo largo de la mañana se habían ido abriendo claros cada vez mayores, y el sol brillaba radiante a la hora del café. La calma que precede a la tormenta; ya que el tópico viene tan a cuento...
Empezó a cubrirse de nuevo, y cuando a las 17:15 Alexia (otra orensana becaria del IMEDEA) y yo cogimos el autocar de vuelta a la ciudad de nuevo un descomunal muro gris se abatía sobre la isla. Acercándonos de nuevo a Palma, como 100 m antes de la rotonda desde la que parte la carretera a la Universidad y a Valldemossa por la cual veníamos, la tormenta se nos echó encima. El día se volvió noche, y acto seguido comenzaron a caer los primeros rayos. Pero no, "caer" no es la palabra adecuada; realmente los rayos parecían brillar por encima de las nubes, como si proviniesen de otras situadas aún más arriba. El cielo cobró una luminosidad irreal; un tono verde amarillento que evocaba recuerdos de enfermedad. Me acordé del cuarto caballo del Apocalipsis, ése cuyo color a veces es traducido como cetrino y otras como macilento; no sabría darle yo un nombre, pero estoy seguro de que es el mismo que el del cielo de Mallorca ayer por la tarde.
Todos los vehículos se pararon. Y comenzó a llover. Y comenzó a soplar. De repente el agua jarreaba con una fuerza inusitada, agitando el autobús e impidiéndonos ver incluso los coches detenidos junto a nosotros. Fueron como diez minutos de tensa espera, en silencio; mirando sin ver nada más que masas oscuras inidentificables que pasaban, fugaces, entre la lluvia.
Comenzó a amainar el vendaval y a aumentar la visibilidad. No fue un águila lastimera si no una garza real la que, venida de ninguna parte, pasó volando sobre nosotros sosegada y majestuosamente, como si la galerna no fuera con ella.
Cuando a las seis de la tarde volvió a amanecer, comenzamos a darnos cuenta de lo que había pasado. Por todas partes había restos de plantas y material de construcción que había salido volando, despedido por el viento e impactando aleatoriamente con los automóviles retenidos en el atasco, rompiendo chapas, lunas, brazos y cabezas. En la rotonda, donde antes había un poste de alta tensión ahora no quedaba si no un amasijo de hierros, caído junto con los cables que soportaba sobre los que tuvieron la mala fortuna de detenerse allí. Grandes planchas de metal habían salido despedidas contra las farolas y, al chocar, se habían apretado en torno a ellas como una pañoleta de aluminio...
De los vehículos, que formaban ya una cola de varios Km. tras nosotros, comenzaron a llegar riadas de curiosos, deseando contemplar el dantesco espectáculo. Pasada media hora, cuando se hizo evidente que el autocar todavía estaría allí retenido largo tiempo, también Alexia y yo decidimos salir del autocar y volver andando a Palma. Junto a la rotonda, donde ya comenzaban a llegar multitud de ambulancias, bomberos y policías; la depuradora y otras naves industriales habían perdido paredes y techos, exponiendo sus interiores al sol que ya volvía a calentar. Tras dar un largo rodeo para evitar la zona donde el tendido eléctrico se había venido abajo, llegamos por fin a la ciudad. Las calles de la zona alta ofrecían así mismo un aspecto desolador: árboles gruesos tronzados como cañas; fachadas reventadas, sin azulejos ni cristales en las ventanas; montones de lodo, hojas y basura en todas las esquinas y atascando las alcantarillas...
Y el resto, ya lo habéis visto en la televisión. Un tornado, 20 heridos, 50 coches siniestrados en la rotonda, 100 m por delante de nosotros... Mallorca; paraíso mediterráneo.

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