Como ya quedó dicho, me fui de Madrid muy contento con los primeros regalos de cumpleaños que me hace algún no-familiar en la maleta. La taza la uso a diario en la comida; y ayer acabé de leer el segundo de los dos libros...
- Los renglones torcidos de Dios, de Torcuato Luca de Tena, me enganchó por completo. Hacía tiempo que no retrasaba horas el momento de apagar la luz con la excusa de “sólo una página más...”; y sus 29 capítulos, uno por cada una de las letras que tenía el alfabeto cuando éramos pequeños, volaron entre mis dedos en apenas una semana. El ambiente atemporal del sanatorio mental en el que se desarrolla la acción hace además que el libro no pierda su frescura; y sólo de vez en cuando asoman detalles chocantes, que se explican al comprobar que el libro data ya de 1979. Recomendable, sin duda alguna.
- El asno de oro, de Apuleyo, me temo que ya es harina de otro costal. Gise, creyéndome un erudito cuando le hablé de lo que había disfrutado con Homero el verano pasado, decidió regalarme esta otra obra clásica, que a ella tanto le ha gustado. Pero mucho me temo que de erudito no tengo ni la “e”, y no he acabado de calar hondo la prosa milesia del de Madaura. Sinceramente, el libro me recordó a alguna mala comedia de nuestro lamentable destape, con el protagonista sufriendo descalabro tras descalabro a lo largo y ancho de la Hélade romana y con tetas y culos asomando a la menor oportunidad. Sólo después de acabado, al leer el comentario al texto del traductor, descubre uno lo burro (nunca mejor dicho) que es en cuestiones literarias. A posteriori he podido así leer entre líneas, viendo la crítica social que hace el autor a través de los ojos del pollino. Por lo menos, sí que había relacionado al leerlo la lucha con los odres y la historia intercalada de Eros y Psique con los correspondientes pasajes del Quijote; mi orgullo literario queda maltrecho, pero no muerto :-)
- Los renglones torcidos de Dios, de Torcuato Luca de Tena, me enganchó por completo. Hacía tiempo que no retrasaba horas el momento de apagar la luz con la excusa de “sólo una página más...”; y sus 29 capítulos, uno por cada una de las letras que tenía el alfabeto cuando éramos pequeños, volaron entre mis dedos en apenas una semana. El ambiente atemporal del sanatorio mental en el que se desarrolla la acción hace además que el libro no pierda su frescura; y sólo de vez en cuando asoman detalles chocantes, que se explican al comprobar que el libro data ya de 1979. Recomendable, sin duda alguna.
- El asno de oro, de Apuleyo, me temo que ya es harina de otro costal. Gise, creyéndome un erudito cuando le hablé de lo que había disfrutado con Homero el verano pasado, decidió regalarme esta otra obra clásica, que a ella tanto le ha gustado. Pero mucho me temo que de erudito no tengo ni la “e”, y no he acabado de calar hondo la prosa milesia del de Madaura. Sinceramente, el libro me recordó a alguna mala comedia de nuestro lamentable destape, con el protagonista sufriendo descalabro tras descalabro a lo largo y ancho de la Hélade romana y con tetas y culos asomando a la menor oportunidad. Sólo después de acabado, al leer el comentario al texto del traductor, descubre uno lo burro (nunca mejor dicho) que es en cuestiones literarias. A posteriori he podido así leer entre líneas, viendo la crítica social que hace el autor a través de los ojos del pollino. Por lo menos, sí que había relacionado al leerlo la lucha con los odres y la historia intercalada de Eros y Psique con los correspondientes pasajes del Quijote; mi orgullo literario queda maltrecho, pero no muerto :-)
De nuevo, esta entrada con tantas letras de por medio se la dedico a Compostela, que ya está en la fase final de su recuperación, y al que el encierro de estos dos días le ha encendido el ánimo contra el estilo recargado de los biólogos metidos a escritores... ¡SuperAFavor del yodo radioactivo! ;-)
1 comentario:
Me enorgullece ser la buena regalante de esta ocasión ;)
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