¿Por qué las JMJ? ¿Por qué participar en unas JMJ? Supongo que habrá tantos motivos como asistentes, pero imagino que los míos los compartirán bastantes de los peregrinos que pululan estos días por Madrid...
- El primero podría ser, evidentemente, para ver al Papa. No para ver a Benedicto XVI, un teólogo de categoría, algo anciano y bastante tímido; sino para ver al Papa, al sucesor de Pedro, al representante de Dios en el mundo. Frente a los imperios que van y vienen, los movimientos y las modas; el Papa representa la permanencia de la Iglesia, la firmeza de una doctrina que permanece inmutable a través de los siglos porque trasciende lo puramente mundano, la seguridad frente al error. Para un católico, aunque como yo no sea ni de lejos de los más santos, los más doctos o los más piadosos, ver al Papa representa lo más cercano a ver a Cristo mismo; no realmente presente como en la Eucaristía, pero sí más accesible a los sentidos.
- Dicho todo esto, tener al Papa de visita en tu ciudad o en tu país y no ir a verle tendría delito, pero también es verdad que, por el mismo precio, a un... digamos, estonio, lo mismo le da ir a ver al Papa a Madrid que a Roma, donde está casi siempre; y seguramente con mayores facilidades de fechas y organización. Por eso, el segundo motivo que fundamenta las JMJ es precisamente su catolicismo, en el sentido etimológico de la palabra; es decir, en su universalidad. No solo por ver a tantas personas de tantos países, que ya en sí resulta muy alentador, sino porque vienen muy bien para quitarle a uno el pelo de la dehesa. Somos muchos los que a lo largo de la vida vivimos la fe un poco por libre, u organizados en torno a asociaciones, parroquias... en grupos pequeños y, sin pretenderlo, relativamente cerrados. Y las JMJ ayudan a ampliar las miras, a superar prejuicios, a descubrir que hay vida más allá de los polos y los pendientes de perla. En unas JMJ se ve que en el Pueblo de Dios caben, cabemos todos.
- El primero podría ser, evidentemente, para ver al Papa. No para ver a Benedicto XVI, un teólogo de categoría, algo anciano y bastante tímido; sino para ver al Papa, al sucesor de Pedro, al representante de Dios en el mundo. Frente a los imperios que van y vienen, los movimientos y las modas; el Papa representa la permanencia de la Iglesia, la firmeza de una doctrina que permanece inmutable a través de los siglos porque trasciende lo puramente mundano, la seguridad frente al error. Para un católico, aunque como yo no sea ni de lejos de los más santos, los más doctos o los más piadosos, ver al Papa representa lo más cercano a ver a Cristo mismo; no realmente presente como en la Eucaristía, pero sí más accesible a los sentidos.
- Dicho todo esto, tener al Papa de visita en tu ciudad o en tu país y no ir a verle tendría delito, pero también es verdad que, por el mismo precio, a un... digamos, estonio, lo mismo le da ir a ver al Papa a Madrid que a Roma, donde está casi siempre; y seguramente con mayores facilidades de fechas y organización. Por eso, el segundo motivo que fundamenta las JMJ es precisamente su catolicismo, en el sentido etimológico de la palabra; es decir, en su universalidad. No solo por ver a tantas personas de tantos países, que ya en sí resulta muy alentador, sino porque vienen muy bien para quitarle a uno el pelo de la dehesa. Somos muchos los que a lo largo de la vida vivimos la fe un poco por libre, u organizados en torno a asociaciones, parroquias... en grupos pequeños y, sin pretenderlo, relativamente cerrados. Y las JMJ ayudan a ampliar las miras, a superar prejuicios, a descubrir que hay vida más allá de los polos y los pendientes de perla. En unas JMJ se ve que en el Pueblo de Dios caben, cabemos todos.
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