Esta temporada de campo no he visto ningún pájaro nuevo (sí que he tocado sin embargo pluma nueva; lo dejo para otra entrada), pero sí un mamífero... Estábamos hace dos semanas al atardecer junto a un arroyuelo de vegetación exuberante, en el Parque Natural de las Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas; aburridos, porque solo había caído un pájaro, cuando mi jefe señaló en silencio algo detrás de mí. Al girarme, vi cómo cruzaba sigilosa la carretera, a unos cincuenta metros de donde estábamos, ¡una garduña Martes foina! La garduña o fuina, vieja conocida de los gallineros ibéricos es un mustélido muy similar a la marta, de la que se diferencia por tener un “babero” bajando por el cuello más extenso y de color blanco en vez de crema; y por sus hábitos más terrestres. Dando gracias al Cielo por la observación de este normalmente esquivo animal, lo que menos podía esperar es verla reaparecer luego bastante más cerca, para mayor alegría mía...
... pero cuando el animal volvió a salir de la espesura a escasos metros de nosotros, se hizo evidente que algo no andaba bien. Para empezar estaba esquelética, y caminaba tambaleándose como quien está a punto de estirar la pata.
Haciendo caso omiso de nuestra presencia, pasó trastabillando a escasos dos metros de donde estábamos y se metió debajo de un contenedor de basura, donde, supongo que desesperada de hambre, se puso a lamer el exudado que goteaba del mismo, antes de seguir su bamboleante camino monte arriba.
Cuando más tarde al ir a tirar unos papeles levanté la tapa del contenedor, descubrí el origen del caldillo garduñero: rodeado de medio millón de moscas y un hedor indescriptible estaba el cuerpo hinchado de un jabalí medianejo; que supongo que alguien, tras atropellarlo, no tuvo mejor idea que dejarlo allí tirado.
Cazorla la verdad es que es un lugar conocido por la abundancia de grandes mamíferos, y al recoger los bártulos y volver esa noche al pueblo donde nos alojábamos pudimos ver muchos más jabalíes, ciervos y gamos junto a la carretera.
Haciendo caso omiso de nuestra presencia, pasó trastabillando a escasos dos metros de donde estábamos y se metió debajo de un contenedor de basura, donde, supongo que desesperada de hambre, se puso a lamer el exudado que goteaba del mismo, antes de seguir su bamboleante camino monte arriba.
Cuando más tarde al ir a tirar unos papeles levanté la tapa del contenedor, descubrí el origen del caldillo garduñero: rodeado de medio millón de moscas y un hedor indescriptible estaba el cuerpo hinchado de un jabalí medianejo; que supongo que alguien, tras atropellarlo, no tuvo mejor idea que dejarlo allí tirado.
Cazorla la verdad es que es un lugar conocido por la abundancia de grandes mamíferos, y al recoger los bártulos y volver esa noche al pueblo donde nos alojábamos pudimos ver muchos más jabalíes, ciervos y gamos junto a la carretera.
Sin embargo lo que no esperaba, llegando al pueblo, era ver a la gente tirando desde las terracitas pan a los cerdosos, como quien se lo echa a las palomas. Piaras de cochinos (en su mayoría jovenzuelos recién independizados, pero también algún verraco imponente) recorrían las calles de bar en bar, como universitarios en noche de jueves. No se detenían mucho, no obstante; supongo que preocupados por lo que leían en los carteles...
2 comentarios:
Me gustó mucho el sitio cuando estuve, pero no me gustó tanto esa permisiva cercanía a la humanización de los animales. Lo de los jabalís q citas y que los ciervos y gamos parecían más rebaños de ovejas domésticas q otra cosa.
!que recuerdos de las Navas y de los distintos senderos!
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