No suelo recibir muchas llamadas a las ocho menos cuarto de la mañana; y menos llamadas, como ayer, de un italiano que me pregunta si ya estoy camino de la Facultad y si puedo ayudarle un rato a montar unas redes... pero por qué no, ¿no? Así que al llegar ayer a la Facultad me calcé unas botas de goma y bajé con Miche a por currucas en el jardín de al lado.
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La historia está en que Miche necesita unas cuantas uñas de estas aves, para poner a punto un análisis de isótopos estables que le permita luego determinar dónde han estado pasando el invierno las que capture en el campo la semana que viene. Por una serie de vicisitudes no pudo contar con la gente que esperaba y, compuesto y sin compañero de buena mañana, tiró de móvil; y yo encantado.
En una hora de espera (después se puso a llover) solamente cogimos una curruca, genuinamente complutense ella. En fin, los cafés y croissants que subió Miche en un momento dado desde la cafetería de Forestales hicieron que mereciese mucho la pena (parece, como el martes, la tónica de la semana)... Es la ventaja que tiene, anillar al lado de casa.
En una hora de espera (después se puso a llover) solamente cogimos una curruca, genuinamente complutense ella. En fin, los cafés y croissants que subió Miche en un momento dado desde la cafetería de Forestales hicieron que mereciese mucho la pena (parece, como el martes, la tónica de la semana)... Es la ventaja que tiene, anillar al lado de casa.
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