22/3/11

De laguna en laguna

Javi y yo llevábamos sin vernos desde que fuimos a Monfragüe (donde, por cierto, no he de tardar en volver; ya os contaré...), y el reencuentro se merecía un día de pajareo extremo, de sol a sol. El objetivo: recorrer cuantas más lagunas manchegas mejor; con una serie de metas intermedias muy tentadoras.
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Como la última vez que nos dimos una paliza de campeonato como la del sábado, empezamos intentando pactar con el diablo. En esta ocasión en un albardinal junto a la laguna de El Longar (Lillo), donde nos descubrió la aurora intentando escuchar el característico canto del rocín (como le llaman en Aragón). Había citas acá de la alondra ricotí desde los años ochenta, pero aparentemente había dejado de detectarse en las últimas temporadas. Y por desgracia, tampoco pudimos localizarlas nosotros; por lo que aunque certificar una ausencia es mucho más difícil que una presencia, nos tememos que las perspectivas no son muy halagüeñas.

En la laguna aledaña, poca cosa: en el rato que echamos allí no se acercó ningún bando de gangas; probablemente porque como tras este final de invierno lluvioso había charcos un poco por doquier (cosa que comprobamos a lo largo de la jornada) tenían sitios de sobra donde beber. Sí había un bonito macho de chorlitejo patinegro...

... y mucho tarro blanco Tadorna tadorna como este otro macho tan desenfocado. Este airoso pato que cría ¡en madrigueras de conejo! se está volviendo cada vez más frecuente en las lagunas salinas del interior peninsular.

Siguiente parada: la laguna Larga de Villacañas, donde aparte del grupo de flamencos rosados Phoenicopterus roseus que se ve al fondo no había mucho que rascar; el sol enseguida empezó a brillar con ganas y la reverberación hacía muy difícil identificar todo lo que no estuviese medianamente cerca.

Tampoco pudimos (¡lástima!) leer ninguna de las anillas de los flamencos, que ya nadando como cisnes contrahechos, ya chapoteando en el limo, parecían estar pasándoselo en grande, trompeteando con entusiasmo.

Por fin en Alcázar de San Juan empezaron a mejorar (y mucho) las cosas. La laguna de La Veguilla está siempre a rebosar de bichos, como un zoo bien surtido, y estuvimos un buen rato entretenidos escudriñando con el telescopio la lámina de agua y añadiendo especies a la lita del día. Y lo que no son “especies”, ya que (demasiado lejos para intentar siquiera sacarle una foto) entre el paterío de la laguna nos encontramos con un probable híbrido de porrón europeo y moñudo, clavadito al de esta foto.

Esta pareja de patos colorados Netta rufina tuvo mucha más paciencia conmigo.

En la aledaña laguna del Camino de Villafranca, varias agujas colinegras Limosa limosa como estas vadeaban a la búsqueda de alimento. La ya comentada abundancia de agua en todas partes hizo que nos topáramos con comparativamente pocas limícolas, un grupo de aves que los de interior siempre agradecemos.

Pero bueno, un poco más allá, entre otro grupo de flamencos rosados, nos encontramos con la primera joyita del día: un flamenco enano Phoenicopterus minor, que sobresalía entre los demás por su pequeño tamaño, su tono mucho más encarnado y su pico completamente oscuro. Esta especie africana se deja ver con relativa frecuencia en los humedales españoles donde abunda su primo de Zumosol; aunque probablemente sean solo un puñado de ejemplares que se van moviendo de laguna en laguna, como estábamos haciendo nosotros.

Nos movimos al poco a la Junta de los Ríos (del Gigüela y el Záncara), donde el agua desborda formando unas tablas similares a las más famosas de Daimiel. De camino aumentamos el tamaño del grupo al recoger a Joan Ximenis, pajarero mallorquín afincado en Madrid que había ido hasta Alcázar en tren y que ya nos acompañaría el resto del día, al que nos encontramos mientras veíamos el flamenco enano. No conocía yo esta zona, que seguramente sea un poco más entrado el año un buen lugar de nidificación de larolimícolas.

La abundancia de gaviotas reidoras, avocetas, cigüeñuelas y una solitaria pagaza piquinegra Sterna nilotica así parecían vaticinarlo al menos.
Tras comer en una terracita, ya que el día no invitaba a otra cosa, nos entretuvimos un rato en la laguna de El Pueblo, en Pedro Muñoz, donde destacaba la abundancia de malvasías cabeciblancas, zampullines cuellinetros y un fumarel cariblanco seguramente recién llegado, que es un bicho que me gusta mucho.

Y ya de allí a Manjavacas, junto a Mota del Cuervo, donde coincidimos con otros cinco pajareros de ruta por la Mancha. Todos estábamos buscando lo mismo, y sorprendentemente, a pesar de la distancia, de lo enorme de la laguna y de la gran cantidad de patos, Javi no tardó ni unos minutos en encontrarlo: un bonito macho de cerceta aliazul Anas discors; una especie americana que se deja caer anualmente en pequeños números en Galicia y Canarias, pero que es rarísima en el interior.

Estuvimos perdiendo y relocalizando al bicho durante un buen rato, y cuando ya nos íbamos confiando en llegar a El Toboso con las últimas luces del día, una nube de “gaviotas” que se dejaban caer sobre el sembrado de trigo que veis al fondo nos hizo bajar del coche una vez más.

Porque no eran gaviotas, sino milanos negros Milvus migrans; alrededor de ochocientos, para ser más exactos, que probablemente habían cruzado el Estrecho esa misma mañana y, exhaustos, se habían tirado en el primer sitio que pillaron antes de que les cogiese la noche. Cuando nos íbamos empezaron a moverse pesadamente hacia un pinar cercano, antes de seguir sitio sabe Dios hasta dónde cuando el sol calentase de nuevo la mañana siguiente.
A El Toboso llegamos, buscando sin éxito un tomillar donde supuestamente también había ricotís, pero ni la superluna nos sirvió para localizarlo, siendo ya noche cerrada... Y nos quedamos sin diablos, pero... ¿quién los quiere, con un San José tan bien aprovechado?

2 comentarios:

Vero dijo...

Aaaaayyyy ... ¡¡maldita Dulcinea!! ¿Quién era Sancho y quién Don Quijote?

Antón Pérez dijo...

Eso lo dejo a tu imaginación... ;-)