... este fin de semana en Andújar no se nos ha dado nada mal, la verdad sea dicha. Aunque no se nos ha cruzado por delante del coche, al gato lo hemos visto la mar de bien; a él y al resto del cortejo de mastofauna de la zona. Pero mucho mejor que esto fue poder disfrutar de un fin de semana entre amigos y con calma, así que gracias antes de nada a Vero sobre todo, por idear el plan y ser una organizadora inmejorable; y a Jorge, Sofía y Samu, Raquel y Jaime (gracias a ambos por las fotos), porque si cualquiera hubiese faltado esto no habría sido ni la mitad de entretenido.
La verdad es que tener compañeros agradables es casi el primer requisito para bajarse a Andújar a ver linces: la historia es que el bicho no resulta especialmente esquivo, y menos ahora en época de celo, pero como para verlo hay normalmente que tirarse horas y horas parado al borde de una carretera, escudriñando con paciencia una y otra y otra vez las laderas del monte hasta que se ve moverse algo, hace falta mucho apoyo moral para no volverse majara.
Así nos tiramos toda la mañana del sábado, esperando, viendo pasar la vida... el monte estaba además especialmente aburrido en cuanto a pájaros, sin que apenas se dejasen ver buitres o águilas. Solo había petirrojos, a patadas, por todas partes... creo que cuando se lo proponen los petirrojos saben ser más cansinos que cualquier otra especie... Después de comer, vuelta al telescopio. Y un servidor, que llevaba una semana de dormir poco, sintiendo el calorcillo del sol pesar como una losa, decidió meterse en un coche a echar una merecidísima siesta...
Lo siguiente que recuerdo es alguien golpeando el cristal y llamándome, tras lo que salí atropelladamente, justo a tiempo para no ver el lince que Raquel acababa de divisar en la ladera de enfrente :-S Como en Andújar buena parte del éxito radica en estar al tanto de lo que hacen los demás, enseguida se juntaron en torno a nuestra posición las personas diseminadas por toda la carretera, todas preguntando por dónde había desaparecido el bicho. Por los telescopios veíamos otros grupos que, por su actitud de búsqueda frenética, estaba claro que habían visto escabullirse al bicho también. Y uno veía salir de vez en cuando aquí y allá grupos histéricos de urracas o rabilargos, o a las ciervas clavar la vista desconfiadas en unas matas y salir trotando luego monte arriba; pero del bicho no había ni rastro. Finalmente, los de enfrente empezaron a hacernos gestos para que nos acercásemos, y al alcanzarles nos contaron que tenían localizado al bicho, encamado en un lentisco a apenas 30 m de la carretera. Y justo a tiempo, cuando habíamos llegado...
... el bicho salió del arbusto y empezó a alejarse valle adelante, sin pausa pero sin ninguna prisa tampoco, de forma que todos pudimos verlo a placer :-) Pena que en la foto justo haya salido cortada la cara del felino.
Aquí veis la que se lió en apenas unos momentos; aunque sí he de decir que todo el mundo fue la mar de respetuoso con el lince y con los demás, cosa que es muy de agradecer. No lo dije en alto, claro, pero el bicho me dejó un tanto frío: un machote tan corpulento que casi parecía gordo, caminando despreocupado tan cerca de la gente... me daba más la impresión de ser un bicho de zoo que otra cosa. En fin, todos los que venían conmigo suplieron con creces mi falta de entusiasmo, así que no hay caso.
Más relajados ya, después de ver al bicho; de repente (o tal vez por eso) la tarde se animó extraordinariamente: entre grupos de ciervos y gamos, mis primeros muflones Ovis orientalis musimon, dos machazos impresionantes de cuernos retorcidos. Bajando luego a la presa del río Jándula otro bimbo con pelo: cabras montesas Capra pyrenaica. Y chovas piquirrojas, un búho real... Y volviendo ya al alojamiento por la noche, un encuentro fortuito en la carretera con el bicho que más ilusión me hizo con diferencia: un lirón careto Eliomys quercinus, realmente adorable.
El domingo, antes de volver con la calma a Madrid, con los deberes hechos, tuvimos tiempo de dar un paseo despreocupado por la bonita zona del Encinarejo; tiempo de ver un puñado de martines pescadores y de escuchar el cacareo nupcial del águila imperial ibérica, llenando el aire. Lo dicho, un fin de semana para recordar. Y todavía me queda darle las gracias a Javi, experto en la zona, que aunque no vino nos dejó unas indicaciones tan precisas que era casi como llegar a mesa puesta. Con amigos como los que tengo, lo difícil sería no ver cosas...
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