Este fin de semana (cómo no...) volvimos a tener visita: Alicia y Carlos, amigos de Sofía. Pero como ambos ya habían visitado Edimburgo más veces nos ahorramos el tener que volver a pasar por los sitios de siempre, y pudimos ampliar un poco nuestro radio de acción.
De modo que el sábado nos acercamos al Royal Botanic Garden. Al contrario que el de Madrid, cuya cantidad de árboles juntos resulta un tanto asfixiante, el de Edimburgo (como el de Lund), crecido sin estrecheces, resulta ser un parque urbano más, amplio y bonito; un lugar donde echar el día paseando sin darse cuenta.
De modo que el sábado nos acercamos al Royal Botanic Garden. Al contrario que el de Madrid, cuya cantidad de árboles juntos resulta un tanto asfixiante, el de Edimburgo (como el de Lund), crecido sin estrecheces, resulta ser un parque urbano más, amplio y bonito; un lugar donde echar el día paseando sin darse cuenta.
Y aunque los árboles y arbustos de la colección proceden de los cinco continentes, el cuidadosamente desarreglado aspecto de los jardines ingleses trasmite más bien la impresión de estar paseando por cualquier claro de un bosque europeo. Mediado el otoño, con pocas flores abiertas ya, la principal fuente de color la ponen los mil tonos de las hojas caducas. De todas maneras, de tanto en cuanto se tropieza uno con ejemplares como estas gigantescas gunneras, que no abundan mucho por el monte adelante...
Este jardín es justamente famoso por la calidad de sus invernaderos, llenos de plantas que difícilmente soportarían los fríos escoceses. Aunque el jardín es de acceso libre, para entrar en los invernaderos hay que pagar. En cualquier caso, son las dos libras más justificadas de lo que llevamos de estancia...
Dentro de cada una de las salas, una jungla en miniatura. Y entre la maraña generalizada de arbustos, arbolillos, lianas y plantas rastreras, algunos ejemplares se elevan hasta casi levantar el techo de sus salas.
... mientras que, sin hacer ruido y sin carteles que las indiquen, semiocultas tras alguna hoja aparecen las flores más llamativas.
Estanques con nenúfares gigantes, invernaderos fríos con bosques de helechos arbóreos... cada una de las estancias, distinta a la anterior, permite viajar con un poco de imaginación a rincones del mundo a los que el sueldo de becario no permite llegar.
Y es que la variedad de formas de las plantas tropicales resulta pasmosa y ajena, casi extraterrestre. En la imagen, el arbolillo de tronco verde con puntos blancos no es tal, sino ¡una hoja! (la única hoja) del Amorphophallus titanum, la flor más grande del mundo (flor compuesta, pero bueno).
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