...Todavía no muy repuestos de nuestro encuentro con el diablo, decidimos continuar ruta hacia San Frutos, con calandrias y terreras haciéndonos los coros. El aparcamiento lucía engañosamente vacío para ser un sábado veraniego; no en vano, todavía no habían dado las nueve campanadas y ¿a quién sino a un pajarero se le ocurriría estar ya a esas horas dando tumbos por el monte? Improvisamos un desayuno a base de batidos y panes de leche, mientras frente a nosotros una pareja de alcaudones comunes y otra de collalbas grises cometían por un puesto en lo alto de una sabina.
Alcaudón común Lanius senator. Me encantan estos pajarillos con vocación de águila...
Pareja de collalbas grises Oenanthe oenanthe; el macho a la izquierda
Pareja de collalbas grises Oenanthe oenanthe; el macho a la izquierda
Paseando a orillas del cañón y admirando el paisaje, llegamos hasta el monasterio; desierto, lamentablemente (¡dichoso Mendizábal...!). Sentados, con óptica y cámara clavados en la roca, contemplamos desde el palco presidencial cómo el gran teatro de las aves rupícolas daba comienzo, a medida que el sol calentaba el aire y, perezosamente primero y después con crío, las aves planeadoras comenzaban a volar. Aquí y allá una térmica de buitres leonados y alimoches en busca de comida, mientras su pollos, ya tan grandes como ellos, les esperaban en las repisas del cortado. En lo alto de un pino una culebrera europea escudriñaba el terreno, demasiado absorta en sus asuntos como para inmutarse ante los amenazadores pases que a escasos metros le daba una hembra de halcón peregrino, intentando sin éxito echarla de allí. Chovas piquirrojas y grajillas animaban el aire con sus kiahs kiahs, mientras desde los arbustos colgados sobre el vacío roqueros solitarios y colirrojos tizones entonaban sus propias melodías...
Era para quedarse allí todo el día, de no ser porque comenzaron a llegar autobuses y autobuses, coches y más coches, gente y más gente... Jubilados y niños gritones que querían ver “el castillo” (sic) sobre todo, pero también los buitres. Y pasmado me quedé al oír cómo una mamá le decía a su niño que mirase los buitres, que qué grandes y preciosos eran... ¡Preciosos, ni más ni menos! Ojalá todas las madres fuesen así...
Cuando la cantidad de gente comenzó a hacerse agobiante nos fuimos de allí, pero no sin antes parar a medio camino en la pista de tierra para intentar hacer otro bimbo. En la foto de arriba veis el Streamless valley (el “valle sin arrollo”). El nombre, que nos hizo mucha gracia, lo sacamos de uno de los muchos reports de guiris pajareros que consultamos antes de venir aquí. Y nos paramos porque, aunque a priori el hábitat no parecía el más idóneo, todos los ingleses decían haber sacado allí sin problemas la Western orphean warbler; la curruca mirlona Sylvia hortensis. Aunque tímido es un bicho relativamente abundante en la España mediterránea, y por eso a Javi y a mí nos pesaba como una losa el no haberlo visto; lo suficiente como para sentarnos a la solana, sobre unas piedras que quemaban como carbones al rojo, esperando oírlas cantar. Y costó, porque además aquello estaba lleno de currucas rabilargas (el medio, desde luego, pegaba mucho más con ellas), pero finalmente cantaron; cantaron algo y se dejaron ver fugazmente un par de veces, volando medrosas de un enebro a otro, pero suficiente para verles su corpachón y su capirote negro.
Desde luego, con lo que nos costó sacarlas estábamos empezando a dudar de la verdadera identidad del "diablo"... Todavía no sabíamos que aquella misma tarde nuestra paciencia pajarera iba a ser llevada hasta el extremo...
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