
De nuelo las torcaces parecen tener una vena especialmente equilibrista, y sorprende verlas estirando el cuello con evidente gesto de esfuerzo y concentración para picotear ahora las vainas del árbol de las pagodas o acacia de Japón Sophora japonica, muy habitual en las calles de la capital. Y no sólo ellas, sino también multitud de estorninos, gorriones, cotorras y urracas se aprovechan de las semillas de esta leguminosa. Cosa que me llama la atención por lo siguiente: el estrangulamiento que en las vainas separa (individualiza a tamaño baya, podríamos decir) cada semilla invita a pensar en que es así para facilitar el que las aves se lo traguen. Aunque claro, a la planta le interesa que la semilla permanezca intacta; ¿qué es lo que resulta atractivo entonces, la vaina? Al tacto resulta seca, no carnosa; y no tiene un sabor dulce, como las del algarrobo o las de la acacia de tres espinas, sino el típico sabor amargo de la savia... ¿Qué es lo que tienen, que gusta tanto a las aves granívoras como a las frugívoras?