Febrero comenzó para nosotros a las 4:49. Aunque amortiguados por la doble ventana y la persiana bajada, nos despertaron el estruendo de un fuerte golpe, el ulular de una alarma, gritos de gente, más golpes y un coche quemando rueda; todo esto en unos pocos segundos. A mis oídos sonaba como una pelea, y temiendo encontrar por la mañana un desgraciado desangrado en el portal, le dije a Javi que levantase la persiana para echar un ojo. Todo parecía despejado; “el coche está perfectamente...” Y a dormir otra vez.
Tres horas más tarde, al bajar a la calle, descubrimos qué había pasado. Desde nuestra ventana no había ángulo suficiente para verlo, pero ahora se veía perfectamente la luna del Eroski reventada, justo enfrente del coche. Y a 30 cm. del mismo un boquete en el suelo, allí donde se les había caído la caja de caudales a los ladrones; por un pelo no nos quedamos sin coche... El gerente del supermercado nos comentaba lo sucedido con cara de circunstancias mientras desayunábamos en el bar del hostal.
Empezaba bien el día, pues. Teníamos de nuevo aviso de temporal encima, y por supuesto apenas sí cayeron cuatro gotas. Sin embargo, camino de Estaca de Bares los eucaliptales aparecían arrasados por el viento. Y en Estaca, una hora de seawatching. A Javi, que es tan paciente, le encanta esto de plantarse con el telescopio en un cabo “a ver qué pasa”; mientras que yo me aburro enseguida. Sin embargo estuvo la cosa animadilla: como 150 alcatraces atlánticos, en su mayoría adultos; seis págalos grandes, una pardela balear y el primer bimbo del día (aunque sólo para mí): un adulto en fase clara de págalo pomarino Stercorarius pomarinus. Y además un grupo de seis delfines mulares y otro de tres calderones grises Grampus griseus, también nuevos para el que escribe.
De Estaca nos fuimos a Lago (Xove, Lugo). En la piscifactoría de rodaballos junto a la playa se dan cita cantidad de gaviotas grandes y pensábamos tachar dos de ellas, la gaviota groenlandesa Larus glaucoides (la “blanca” que nos faltaba) y la cáspica Larus cachinnans, de las que se estaban viendo unos cuantos ejemplares de primer invierno en la zona. Al llegar, de nuevo esa sensación de flaquear las piernas que da el ver millones de bichos moviéndose sin parar de un lado a otro, entre los que hay que localizar a los que uno busca... Y encima al volver a casa nos enteramos vía Internet de que otro ornitólogo que fue el mismo día se quejaba de que con el temporal se habían ido muchas de las gaviotas que había en días anteriores; pues si cuando fuimos había pocas, no quiero ni pensar en cómo era antes... Pero bueno, con algo de paciencia acabaron saliendo nada menos que cuatro polares; pero ninguna cáspica, vaya...
Estando en la playa comenzaron las llamadas de familiares apremiándonos a no retrasar la vuelta a Madrid, que por lo visto estaba colapsada de nuevo por la nieve. Algo preocupados, volvimos al coche, para descubrir con alegría que una amable pareja de civiles nos esperaba con los brazos abiertos, para interesarse por qué narices hacíamos en aquel lugar lejos de toda civilización y revisar con minuciosidad de sabueso todos nuestros bolsillos, mochilas y recovecos del coche...
Tras despedirnos, rumbo a Foz antes de volver a casa. En la ría, no demasiado grande, contábamos con saludar a uno de los viejos amigos de los ornitólogos gallegos: Pepiño; un ánade sombrío Anas rubripes que llegó hace varios años cruzando el Atlántico y se quedó a vivir en tierras focenses. A él no lo vimos, pero sí a dos de sus descendientes híbridos, fruto de sus amores con las azulonas galleguiñas. Y también una grulla cuelliblanca Grus vipio, escapada de vaya usted a saber dónde y que llegó a la ría acompañada de un juvenil de grulla europea, especie ésta que muy rara vez se deja ver en Galicia.
Se iba haciendo tarde, y preocupados por los partes meteorológicos y por las insistentes llamadas familiares (aunque luego comprobaríamos que fue mejor así, salir más tarde) emprendimos el viaje de regreso. Pasamos de largo la que habría sido nuestra última rareza, un zampullín picogrueso Podylimbus podiceps afincado en las lagunas de Riocaldo (Begonte, Lugo) desde hace un par de años, y tras rebasar Pedrafita y parar a comer enfilamos ya camino de Madrid. Como era de suponer, y aunque al llegar a la Sierra todavía nevaba algo, las quitanieves habían tenido tiempo más que de sobra durante la tarde para solucionar todos los problemas de la AP-6, y llegamos a casa a las nueve de la noche sin mayor contratiempo...
Tres días intensos, pues: un total redondo de 100 especies, de las cuales 10 nuevas. Buen tiempo, un montón de anécdotas para recordar... Todos los que pudiendo no habéis querido venir, ¿no os arrepentís ni siquiera un poquillo? ¿Cuándo repetimos? :-)
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